“El hombre madre, el hombre milagro”
“Hoy por fin
He visto vida en sus ojos.
A los pies de su hijo
Un hombre vela,
Día tras día espera
Para no perderse
El milagro de la vida de su hijo:
El momento en que se enciendan sus ojos.
El hombre camilla
Que transportó a su hijo
Colgando de un brazo y una pierna,
Que corría tras la muerte
Implorando una tregua.
El padre, ahogando el dolor en sus ojos
Con el hambre y la muerte entre sus manos.
El hijo desmadejado,
El chico,
Al que sentí miedo mirarle
Porque olí la muerte:
Labios con moscas,
Cara sin luz.
Tuve miedo a sus ojos sin vida
A los míos sin esperanza.
El chico,
Al que ingresé agarrado a la muerte
Espiral de vacíos,
Miseria de África que dejé que partiera.
Hoy he visto al hombre camilla
Que imploró vida
Que creyó
A la médica blanca
A la médica que no sabía
Que había dejado de creer en la vida.
Hoy al hombre madre le han pasado factura los días.
Su rostro enjuto
Sus manos cansadas
Pero sus ojos latiendo futuro.
Abrazado a los pies de su hijo
Sosteniendo sus torturados miembros.
¡Padre presente!
¡Madre desconocida!
Él, señalando el camino
Por donde viene siempre la vida:
El amor que enciende el fuego de la belleza.
El hombre camilla es el hombre milagro.
Una chispa de luz en sus ojos
Me llevó hasta su hijo,
El niño abrió su boca llena de dientes
Su sonrisa me dijo:
Que se había comido la muerte.
Me tendió sus ojos fatigados
Recién huidos del letargo.
¡Ojos victoriosos!
Había burlado las tenazas de la muerte
Había jugado al escondite
Y la muerte no le había encontrado.
Mis manos entre las suyas,
Un hilo de vida alegre
Tendió con su mirada,
Y se encendieron mis ojos.
Sentí el amor de un hombre,
La alegría y confianza de un niño
La cordialidad de la vida,
La magia de la ternura,
La fuerza del cariño.
Todo lo bebí con el alma y el corazón.
Hoy he sentido
Cómo latía la vida en esta tierra estéril,
En el crepúsculo de mi alma sacudida.
He olido el perfume de una rosa en el desierto.
Hoy he sabido por qué he venido a esta cama cada día.
Vengo huyendo de mi muerte.
He venido a ver
a un hombre abrazado a los pies de su hijo.
Vengo a implorarle la vida
a sentir el aliento del Amado
Veo a los ríos correr en sus ojos,
He podido oler la rosa antes de ser nacida.
Gritaré por ellos hasta que el polvo
Se incendie en mis venas.
Cantaré su amor hasta que mi lengua
Haga del polvo una fuente de belleza.
Este viaje empezó una noche sin estrellas,
Pero en la noche
Los corazones se levantan.
Se teñirá mi dolor del color de las flores.
Ya sé dónde mana la fuente.
Bellos lirios han crecido en el corazón de este hombre
Y estoy tocando su belleza.
Reiré con las estrellas
Con todo lo que me ha vencido.
Cultivaré otros surcos
En esta tierra que se burla de mí.
Llevo la resistencia en el corazón
Flexible como un junco,
Estoy respirando el polen de otra sabiduría
Florecerá mi congoja
No quiero enterrar los días de dolor
Quiero unirlos al rumor de las estrellas
¡El hombre camilla!
¡El hombre milagro!
¡El hombre Madre!
Beberé con él la risa del cielo
Celebrando nuevos astros.
El hombre paciente,
“el Baribá que sigue cociendo la piedra
Hasta que bebe su caldo”.
El hombre cuyo amor supo esperar.
El cariño del hombre que ha vencido a la muerte,
Me ha devuelto a la vida”.
“El hombre madre, el hombre milagro”
Banikoará, Marzo 2010
Dedicado a este espléndido varón y a todos los varones que en tantos lugares cuidan de sus hijos
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