Cuando el dolor nos abrasa.

 Jesús ante el dolor y la enfermedad.

 VOLVER A CASA CON JESÚS

Capítulo II

En la sacudida de las desgracias, en el vacío, es necesario seguir amando en la tiniebla; entonces Dios vendrá a ti y te mostrará toda la belleza del mundo. Así el sufrimiento puede ser transformador” S.Weil.

Me gusta y me inspira este pensamiento, seguir amando en la tiniebla y en el vacío. ¿Cómo puede brotar el amor del vacío, del sinsentido? Muchas veces lo que buscamos ante Dios en el dolor y la desgracia es el consuelo, y no viene. El consuelo es humano y sin embargo, en el dolor podemos entrar profundamente en lo sagrado. A veces cerramos a Dios la puerta buscando el consuelo, en vez de buscarle a Él.

¿Permite realmente Dios nuestro dolor? ¿Lo quiere?

Ten fe le dice Jesús a Jairo. Si seguimos este evangelio (La curación de la hemorroisa y la hija de Jairo de S. Marcos 5,21-43) lo que vemos es que Jesús se complace curando el dolor. Y así de primeras  creo que la fe en Jesús proporciona la fuerza para hacer frente a la desesperación y la angustia, sin negarla, sin consolarse uno por las buenas.

Lo que señala Jesús ante el dolor como respuesta a él, no es la resignación,  no quiere  el derrotismo. Ten fe le dice a Jairo cuando le dice que su hija se muere. Después le va a enseñar a Jairo cómo vivir esa fe, y lo va hacer  enseñándole a mirar; eso le responde  a Jairo en su angustia. Después le va a mostrar cómo vivir esa fe le va a enseñar a ver de nuevo. Así pues la fe tiene relación con otra forma de ver, con otra forma de mirar.  Ante el sufrimiento: no quedarse atrapada por él, otra forma de mirar.

Jairo buscó a Jesús porque su hija estaba muy enferma. Se moría. La enfermedad siempre ataca al ser humano por su parte más vulnerable; especialmente  cuando crees tener en tus manos el poder del mundo y la invulnerabilidad. La enfermedad puede suponer un gran sufrimiento. Sin embargo la enfermedad hace curable al ser humano. Es un punto de inflexión en la vida, pero la nueva situación puede decirnos, enseñarnos, hacernos vivir muchas cosas. La enfermedad produce dolor y sufrimiento, no hay duda. Como también lo produce el mal que hacemos o recibimos.

¿Por qué a mí? Es una pregunta que suele hacerse la gente, y que no tiene respuesta. Hay gente, que suele decir que lo ha querido Dios. Verdaderamente el dolor y el sufrimiento, son muy poliédricos, no es simple abordarlos, no agota el secreto de la vida; tampoco el misterio de Dios.

Sufriendo con Jairo, con tantos padres y madres impotentes ante el dolor de sus hijos, dándole vueltas al significado del dolor y el sufrimiento; con el sentimiento claro de que Dios no lo quiere, mi memoria me lleva a los Olivos y arrastra a ellos a mi corazón. Te oigo decir Señor “Pasa de mí este cáliz” La angustia es terrible y en ella veo todas las angustias del mundo y la mía, y escucho “Hágase tu voluntad”. Trato de desentrañar qué es hacer la voluntad de Dios cuando uno tiene un sufrimiento intenso si parto de que Dios no quiere el sufrimiento y la desgracia. “No se haga mi voluntad sino la tuya”, esa es la oración de Jesús. Sigue Jesús entregado a la voluntad de Dios como lo estuvo todo el tiempo de su vida. Ahora estás solo como tantos hoy que están sin salida. ¿Qué esperamos de la voluntad de Dios? ¿Una orden? Pienso que la voluntad de Dios no es una orden sobre nosotros, un mandato, una decisión, algo que se nos pide. Nunca he entendido esa frase de “esta enfermedad que me la ha dado Dios” y menos esa que dice: “Dios quiere hacernos sufrir por un bien mayor, por un motivo pedagógico”, esto que tantas veces se nos ha inculcado. Yo no sé lo que Dios quiere, pero siento que desea manifestarse en nuestras vidas y estar en ella como hizo con Jairo en todo el recorrido hasta su casa; si nuestra vida es dolorosa, allí quiere estar. La salud y el amor están en lo más profundo de las aspiraciones del ser humano, Jesús promete colmarlo. Es lo que hizo en su vida. Se quedó Jesús en su Palabra, y en los dolores acompañarnos y levantarnos en ellos, señalando un camino: con nuestro propio dolor acoger todos los dolores que estremecen al mundo, como hizo Él. Así seguro podremos caminar del dolor a la esperanza.

“Lo ha querido Dios así” escucho muchas veces, en mi trato con la enfermedad grave o la desgracia. Vaya manera de utilizar a Dios y escondernos de nuestra responsabilidad de afrontar la vida. ! Qué cómodo es tener a un Dios que sea responsable de nuestras desgracias! No niego que la experiencia del sufrimiento y Dios encierre una sabiduría, que se resiste al lenguaje con el que lo explicamos. Pero creo que Dios  no está repartiendo calamidades. ¿Si la vida es un don de Dios, por qué Dios va a querer fastidiarla?

Hacer su voluntad creo que no significa romper con la vida, o sustraerte a ella, o a lo que ella te trae, y mucho menos pensar que la voluntad de Dios es que suframos.

En la soledad de los olivos Jesús busca enseguida a sus amigos; sin duda echó de menos su consuelo. “¿No habéis podido velar conmigo una hora?” les dice quejaroso por haberle dejado solo. Cuánto dolor aquella noche, la soledad, el fracaso; el fin. Siento profundadamente cuando Jesús exclama: “Pasa de mí este cáliz”. ! Está solo! La angustia es desoladora. En la noche se torna terrible la desdicha porque Dios se torna imperceptible, ausente y escondido para el ser humano. ¿Qué es hacer  tu voluntad cuando el dolor nos abrasa?

Encarar el dolor sin dejar de amar tal vez sea una respuesta. Ante el dolor de mis pacientes y el sufrimiento de tantos (dentro de la cultura religiosa en que se nos ha educado) me pregunto ¿Qué sentido tiene el dolor para Dios? ¿Cómo situarme honestamente ante el dolor y la desgracia? ¿Llega el consuelo de la palabra acariciadora de Jesús a tantos que sufren? No tengo contestación. Sólo tengo fe.

Cuando uno encara su realidad dolorosa, que no es una piadosa sumisión; proporciona fuerzas para sacar a la persona de su angustia. Abrirte al dolor que llega como ladrón en la noche y descubrir la presencia de Dios puede proporcionar a la persona fuerzas para eliminar su angustia. Pero sobre todo te puede ayudar a encontrarte profundamente con Cristo, si es eso lo que deseas, sin dejar de amar como le pasó a Jesús en el encuentro con el Padre en los Olivos. Cuando estás en las tinieblas del sufrimiento lo más pernicioso es dejar de amar. Decía S. Weil que “es necesario seguir amando en la tiniebla, en la sacudida de la desgracia, en el vacío, entonces Dios vendrá a ti y te mostrará toda la belleza del mundo. Así el sufrimiento puede ser trasformador”. ¿Qué salida tenemos? La certeza de que el amor es más fuerte que cualquier clase de sufrimiento“ ¡Padre en tus manos encomiendo mi espíritu ¡”,dice Jesús cuando muere, llevándose con Él a un hombre al paraíso. Poner el amor delante del sufrimiento suele ayudar: No se trata de esconderlo, de negarlo, sino de encontrar un amor más profundo en él. El misterio de la Cruz y su contradicción nos sigue alcanzando a nosotros.

Algo importante para mí es alejar de nosotros el fantasma de que el dolor es querido por Dios, que es un castigo, una prueba o que no tiene salida. Se trata de aceptar lo inevitable como hizo Jesús en el calvario. La cruz como camino que encuentra la persona que padece, no como fin. No es el dolor y el sufrimiento el misterio; el misterio es Dios en el ser humano que sufre y nos invita a entrar en él. El sufrimiento no puede ser un ideal existencial. En la práctica se trata de entrar en la realidad y aceptar que es un hecho de la vida que sabemos que acompaña Jesús; vivirlo así, será humanizante. Si lo haces, entrarás en otra dinámica en la que el sufrimiento va a ser fértil porque nos encamina a una lucidez y a un amor, que sí merecen la pena. “El Dios incansable da siempre oportunidad, si queremos” decía San Juan de la Cruz.

Jesús les recrimina a los apóstoles la falta de amistad y compañía para con El en su Pasión en el  Monte de los Olivos. Sin embargo aún están frescas las palabras que  los dirigió en la cena  “Permaneced en mí y yo en vosotros” Jn 15,4  Su voluntad es que le dejemos permanecer  en nuestra vida, en nuestro dolor; dejar entrar a Jesús y que nos dé la vida que parece que se acaba, dejarle permanecer en nosotros. El será nuestra compañía. Entonces sí que puede brotar el amor del vacío y del sinsentido. El sufrimiento se comunica mal,  pero quiere ser acompañado.

¡Que cada llanto en mi resuene y que sea mi corazón y mi lengua su eco, Señor!

El sufrimiento que ocasiona el dolor a veces impone el silencio, lo que te aparta cada vez más de los demás y hace que se encierre uno en sí mismo, va erosionando la capacidad de comunicación. Jesús, el maestro, ante el sufrimiento buscó a sus amigos; Jairo, la hemorroísa y Jesús, no quisieron estar solos. Creo que debemos abandonar las imágenes destructivas de Dios sobre la enfermedad y el sufrimiento. Jesús nos trae la buena noticia y tenemos que aprender a explicarla, también en el sufrimiento que no sólo lo causa la enfermedad.

El sonido del viento rasgó el corazón

Cuando creíamos

Que había llegado la hora

De beber amapolas y rosas,

Desembrar el cielo de flores;

Entonces el mundo se despeña en su paisaje,

El sonido del viento rasgó el corazón.

El cielo sin estrellas,

Las arterias sin flores.

Con voz desamparada cruzan los mares

Se derrumban sin ruido,

El mar se los traga,

Los quema el desierto.

“Dios mío pasa de mi este cáliz”

Algunas manos nos alcanzan,

Llagas inmensas de naciones asoladas.

El hambre se reparte,

La sed de justicia se sacia con sal,

El llanto rajado, la paz acorralada.

Al abrigo de la noche

Lloráis en el mar la vida.

Os recibimos con uñas,

El corazón convertido en alambrada.

Dios mío, pasa de mí este cáliz.

Os reciben voces sordas.

A la intemperie, manos codician temores

El aguijón del miedo, la espada del odio,

La avaricia busca vuestras entrañas,

Expuestas a la sombra de la noche,

Se reparten vuestra túnica.

Una guerra galopa por el mundo,

Una guerra violada,

No viene con el Sur, viene del Norte

Nadie os abre la puerta.

Caen jazmines y zafiros de vuestras manos

Pero a nadie le interesa.

La paz convertida en cieno.

Entremuros quiere construir su alma Europa

Han tirado la cruz, la media luna y la estrella.

Se rasga la justicia,

Vuestra sed, la empapan de vinagre.

Bosques de hombres llorando,

Árboles femeninos doliendo miles de lirios,

Racimos de niñas en sazón

Van creciendo los narcisos de su pecho,

No anuncian la primavera.

Se van al invierno

Con su amor como enemigo.

Niños, con ojos crecidos de alelíes

Sus manos llenas de esperanza,

Esperan los laureles de la vida,

Son coronados de espinas.

Y quebrarán sus raíces.

Mieles de infancia perdida,

Recorren esta tierra gimiendo,

Con sus ojos  desvalidos.

Se estremece la naturaleza,

Los hombres reparten pan con hiel.

Un tumulto de azucenas se quema en la frontera,

Con el ruido de los morteros

Aún clavado en los oídos

El costado se desangra.

Sus panes perdidos y su tierra enterrada.

Aquí crece la adormidera.

La justicia desolada,

La tristeza encendida, la solidaridad se quema

Se apagan las lilas.

Aún hay manos extendidas

Con puñados de ternura

Que encienden la luz,

Que avanzan como trigo emocionado

Con el pan florecido.

Son agua enamorada.

Su corazón palpita en los pechos rescatados.

“Padre mío en tus manos encomiendo mi espíritu”.

 

Ellos son una acusación muda, lanzada a la casa del mundo.

Desde lejos gritan y esperan ayuda. Ellos están en el mar, restos de una vida robada donde se ahogan las voces de la justicia, donde las aguas no descansan, donde enterramos nuestro presente.

Esta experiencia de los que huyen de sus tierras, como nuestro dolor, es un reto para preguntarnos si sólo podemos vivir la fe en Jesús cuando las cosas nos van bien, y por qué no nos plantea ninguna pregunta cuando las cosas nos arrullan, o los retos de la vida no nos exigen cambiar.

¿Cómo encontrarte en el dolor, Señor? Tu respuesta es dejarme yo encontrar por el dolor del mundo. Ahí estás tú. A esto es a lo que Jesús le invita a Jairo. A escuchar, a mirar el dolor de la hemorroísa. No se trata de buscarle en el dolor, sino que a ti te encuentre el dolor del mundo !Qué misterio! Estar dolidos y ponernos ante el dolor del mundo. El dolor señala nuestra verdad, nos descubre quiénes somos, como ocurrió con Jesús en la soledad, abandonado de los apóstoles; cuando deseaba renunciar a ser quien era, a seguir, exclamaba: “Pasa de mí este cáliz”.  Se estaba rindiendo. Volvió a saberse Hijo de Dios, en la Cruz. “Padre mío…”!Qué misterio!

Los Olivos como la desgracia, la enfermedad y el sufrimiento son una escuela de encuentro con nosotros mismos, también con los problemas de los otros, sin que apenas podamos hacer gran cosa, por ellos. Un dolor que parece inútil. Un grito mudo: los refugiados, la trata de personas, la esclavitud sexual, la pederastia, el hambre, el dolor sin medicinas; todo estalla en nuestras conciencias. El dolor del mundo en forma de sufrimiento, injusticia, abandono, impotencia, confusión, inseguridad, oscuridad, angustia. ¿Qué hacer? El sufrimiento del otro cuadro te afecta, pone a prueba también tu fortaleza, tus creencias, te sitúa ante tu propia cobardía. El  sufrimiento del otro pide de ti una respuesta que moviliza tus creencias, tu afecto, tu sinceridad, tu veracidad, tu compañía, tu amor. Aún con todos los medios y recursos, la enfermedad hoy también sigue siendo un gran problema en los países ricos; en los pobres y en desarrollo es profundamente devastadora. La enfermedad grave, aquí en nuestra sociedad también puede ser devastadora. Te cambia de posición, de situación de la noche a la mañana y a continuación según va pasando el tiempo te va situando en el último lugar. Nosotros acostumbrados a estar en primer lugar resulta doloroso aunque queramos disfrazar la situación. Esta es la realidad, tendemos a hacer silencio sobre ello, taparlo, ocultarlo, esconderlo. Las heridas que engendra la ocultación del sufrimiento o la desgracia, la negación del problema se convierten en fuente de dolor en expansión. Ocultar no es normalizar.

Queremos renunciar al dolor, eliminarlo, y es bueno pues luchamos por ello; pero el dolor también es luz y es experiencia que teje la vida.

La enfermedad es un grave problema en una familia, para el que la padece, sobre todo. Hablo con temblor y profundo respeto con quien lo padece y con el problema. Sé que cada persona se acerca a ello como puede, a veces, como le dejan. Pero vale la pena explorar alguna experiencia o formas de afrontarlo que me interrogan. A veces, cuando  viene el problema  se tiende a escapar primero y dejarnos acorralar por el miedo; luego se tiende a distraer, hasta tirar la toalla. Tarde o temprano si es grave da la cara con toda su crudeza.

Ni Jairo ni la hemorroísa tiraron  la toalla. Ni se dejaron vencer por el miedo. Ante estas situaciones las familias hacen lo que pueden, algunos con un sobrecoste extremo: emocional, dinerario, de pérdida de trabajo. En algunas familias una enfermedad grave les mete de lleno en la pobreza. Si la enfermedad ocurre en los pobres es más devastadora.

Los amigos, los vecinos también hacen lo que pueden; a veces, hasta darte consejos inútiles, piadosos que todavía escucho, acompañando a los pacientes. (Vaya por delante mi profundo respeto, por quién lo ofrece de todo corazón) “ofrécelo por las misiones”, oigo a algunos. Lo que sea, para alejarte y alejarse del problema, de la realidad que se está viviendo. “Ofrécelo para las vocaciones sacerdotales”. Hay que pasar por “la situación” para darte cuenta de la impotencia. La enfermedad es una ocasión de vivir nuestra vulnerabilidad y nuestra pobreza. Precisamente, no estamos en condiciones de poder. ¡Cuántas cosas inútiles decimos para evadir el problema! palabras, palabras que son clichés, que no son vida y que la mayoría de las veces, ni los que las dicen se las creen. Andamos queriendo sacar provecho siempre de las cosas en lugar de vivirlas; haciendo un cortocircuito piadoso para evadirte de su profundidad !Aplícalo por algo!  dicen otros con menos imaginación. El caso es dar a Dios un sufrimiento a cambio de algún beneficio que nosotros elegimos. Es como decir a Dios: te doy esto a cambio de que tú me des. Creo que es una visión mercantil de la relación con Dios y del sentido de la vida. Así parece que Dios nos interesa porque nos premia, no por su intimidad. Hay valores en la vida con los que no se puede comerciar, la relación con Dios es uno de ellos. Dios es gratuito. No podemos reducir la relación con Dios a mérito propio. La enfermedad, el dolor, el sufrimiento ante Dios, vivirlo. No me encuentro con un Dios que lleve cuentas, tampoco creo que Dios saque rendimiento del sufrimiento. “No nos comportemos como personas que no tienen conocimiento” decía Santa Teresa de Jesús. Dios se da gratuitamente. Confiemos en que la fuerza de Dios está presente de un modo especial cuando la dureza de la vida, el fracaso, y la enfermedad se hacen presentes. La esperanza se revelará por sí misma. Me parece que no hemos captado bien el sentido profundo de la cruz salvadora. En nuestra incompetencia  para vivirlo y explicarlo nos hemos cargado en parte su luz y su Misterio.

Me gusta este evangelio, entre otras cosas, porque Jesús no dice ni una palabra inútil. El sufrimiento es algo muy serio que deja huellas profundas en el alma. Jesús tiene un profundo respeto por él.

El sufrimiento es un misterio y hay que acercarse a él sin evadirse, sin banalizarlo, con realismo y humildad. Así nos lo enseña Jesús en el evangelio. La enfermedad grave es una experiencia singular, como la hemorroísa no encuentras palabras para expresar tu hondón. La enfermedad grave es una sorpresa dolorosa como le ocurrió a Jairo; algo que no pensaba nunca que le iba a tocar, le toca a su hija. Su hija se muere.

¿Cómo afrontar el dolor sin infantilizar la respuesta? ¿Cómo encontrar la luz y la paz en él?

La enfermedad grave es la experiencia de la propia fragilidad por excelencia. Dependemos de los demás, afecta a las relaciones familiares, a la relación con uno mismo y a la relación con Dios. Nos coloca a veces a sus espaldas. Es una experiencia donde nadie puede sufrir por nosotros, vas viendo cómo se vienen abajo los proyectos…Nos encontramos con nuestra finitud. A veces cuando la gente se pregunta ¿Por qué a mí? ¿Por qué Dios permite esto? Son preguntas que dan mucho respeto, yo no tengo contestación pero creo que el dolor, la enfermedad, no están para ser explicados, ni justificados, sino para iluminarlos y combatirlos. Jesús así lo hizo. ¿Quién me ha tocado? dijo, buscando a la hemorroísa.

En el monte de los Olivos Jesús como nosotros en la enfermedad, se encuentra solo con todas las posibilidades de lo humano, el miedo, el abandono y la soledad. Pero también y no menos importante, con la confrontación consigo mismo. Cabe esperar que se preguntara ¿A dónde me dirijo, quién soy? ¿Por qué? Jesús parece que fue confrontado al desierto de Dios en esta experiencia, en su máximo abandono, de  soledad y fracaso. Parece comprender los designios del Padre ¿no será acaso que nuestra victoria sobre el sufrimiento sea la conquista de la lucidez y la de sentirnos hijos de Dios? Jesús confrontado en los Olivos al sufrimiento moral como tantos hombres y mujeres en el desierto de la enfermedad silenciosa, en la que nadie se atreve a abordar la gravedad, o en el mar de los que naufragan buscando una vida mejor. No es el camino de la huida, o el maquillaje, el que nos lleva a encontrar la paz en el sufrimiento, que también se encuentra. ¿Por qué el dolor? ¿Venceremos? Jesús se pasó su vida intentando paliar y curar el dolor de los otros. Jesús le lleva a Jairo con su dolor por el camino de vuelta a casa a conocer la vida de los otros, el sufrimiento y los esfuerzos de la gente por salir de la situación, personificados en la hemorroisa.

Es muy significativo para mí que Jesús encontrara la vida y su sentido, la vida plena y al Padre, en aquel profundo dolor que el evangelio nos narra con enorme dramatismo; dice que sudó sangre. La máxima somatización del dolor síquico. Es significativo y esperanzador para nuestro sufrimiento individual.

No podemos olvidar que el cuerpo tiene raíces profundas en el alma. En el dolor si miramos a Jesús, espera la vida. Esa es la esperanza y la promesa de la Cruz. También su gloria. Para encontrar a Jesús en el dolor y el sufrimiento, es más fácil si nos dejamos encontrar nosotros por esta experiencia: no me busques en el dolor, déjate encontrar por él. La emoción humana adquiere aquí un estatus espiritual. “Dios vendrá a ti, y te mostrará toda la belleza del mundo” dice la filósofa y mística francesa.

Cuando nos asalte la desgracia hacer lo que podamos con Honestidad,  prepararnos y esperar con todo lo que somos, incluido nuestro dolor, nuestro miedo, nuestro rechazo, porque la unión con la Palabra se dará. La experiencia de la vida lleva consigo la experiencia de morir. La condición humana nos acompaña siempre y la consciencia de los contrarios, el dolor, error y repulsión frecuentemente agazapados en el subconsciente de la vida. No podemos substraernos a esto.

Muchas veces se hacer referencia a la enfermedad como cruz, y a mí me parece que eso concuerda poco con la realidad. La enfermedad es una realidad de nuestra vida, de la propia biología.  Estar en la cruz significa que alguien te ha clavado en ella. No es así en la sociedad nuestra en cuanto a enfermedad se refiere. Sí lo son muchas enfermedades en otros países que son consecuencia de la situación social que nosotros hemos generado. Ellos llevan la cruz, están en la cruz que nosotros les hemos fabricado. No debemos confundirnos ni confundir cuando hablamos de esto, a veces, con los mejores deseos. No es bueno vivir la vida con superficialidad, escondiendo su realidad, o velando su verdad con mentiras piadosas. ! No es sano! No digamos  cosas que no concuerdan con la ciencia, ni con la infinita misericordia de Dios. No olvidemos que cuando la inteligencia no se siente bien, toda el alma está enferma. Desterremos los infantilismos.

Hágase tu voluntad que pronuncia Jesús es un seguir sabiendo, conociendo íntimamente que pase lo que pase, sigue en las manos del Padre. Saberse en sus manos, esa es la oración en el dolor que trasforma. La cruz no es la enfermedad; la cruz es la impotencia, el miedo, la rabia, la desesperanza, la rebeldía, el temor con lo que la llevas, la oscuridad y la huida de ella; y lo que nos comunica. La cruz es no tener poder, es ser despojados por otros, por la vida; la cruz es la soledad. No hay cruz sin soledad. La cruz fecunda te descubre a Dios que está en ella. Conocer esa cruz y llevarla con Jesús es profundamente sanador. Eso es lo que te hace llegar a sentirte en las manos del Padre. A sentirte en plenitud diciendo ¡hágase tu voluntad¡. “Dios vendrá a ti, dice la mística francesa..…así el sufrimiento puede ser transformador”. Esto es lo que te ayudará como a Jairo a encontrarte con otros rostros crucificados y lo que va a dar sentido a tu sufrimiento dónde crecerá el  amor. Para mí son muy pertinentes las enseñanzas de S. Weil en esta experiencia de la Cruz con la que hemos empezado el texto, que ella entendía como una gran claridad, “esa cruz que ayudará a iluminar la desdicha”; entonces podremos mirar con sinceridad a Dios y presentarnos con honestidad en nuestra gran impotencia a conocer la gloria, la grandeza de Dios. Te encontrarás verdaderamente con Él. Cómo le ocurrió a Jesús. Quien persevera en el amor en medio de la desgracia, anticipa el Misterio del Amor porque “la Cruz apunta al cielo” como dice una contemporánea de Simone Weil, Edith Stein. Y para STJ “es oliva preciosa la santa cruz que con su aceite nos unta y nos da luz”. Pidamos en la enfermedad y en El dolor el bálsamo y la luz de la cruz y así encontraremos el dolor el camino de la vida.

Todo esto podemos aprender a vivirlo porque estamos siempre muy cerca de la cruz. Es en la desventura que resplandece la Misericordia de Dios. Estas personas sufrientes que aparecen en el evangelio se encontraron con el amor de Dios, fue en esa condición de sufrientes donde se les manifestó. Sus vidas fueron  curadas realmente. Jesús le enseña a Jairo que la fe es otra forma de ver; porque los infelices, los desgraciados, las personas que sufren, sólo necesitan a personas capaces de fijarse en ellos; no necesitan nuestro dolor ofrecido; necesitan que los miremos, vaciándonos de nosotros mismos. No debemos convertir la enfermedad, el sufrimiento, en fuente de poder de la que Dios saque beneficios. ¿Qué Dios es éste? Sólo en el vaciamiento nos encontramos con Cristo, nos encontramos con los otros. Esto es lo que nos cura. El deseo de captar la experiencia de Dios en ese sufrimiento real será ampliamente satisfecho. Santa Teresa decía “Dios te dará mucho más de lo que tú desees” A veces las enfermedades son profundamente teológicas, Señor. Dejemos de convertir a Dios en una fuente de dolor, de miedo y de temor. En el dolor como en la muerte nos espera la vida. “Nada te turbe, nada te espante”. Es una regla de oro para nuestros sufrimientos.

La cruz va unida a la Resurrección y ésta es la liberación del poder y la luz de Dios en la historia, que continúa cambiando las cosas infundiéndolas la gracia, el poder del amor y de la Santidad de Dios. Jesús curó a la hemorroísa y a la hija de Jairo como testimonio y anuncio de la profunda misericordia de Dios para el ser humano. Dios quiere que busquemos salidas al dolor y la enfermedad, porque la Buena Nueva es curar la vida, no hacerla más hiriente, más temerosa, más banal, más injusta. Nos invita Jesús a escoger la vida y luchar por ella. Nos invita a ver el dolor con unos ojos nuevos, los suyos; acojamos la luz que nos dan, aunque tantas veces clamemos con el profeta “Levántate Señor, porqué duermes, Levántate!”.

 

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