Se llevó un poema infinito
Del Cap IV de “Volver a casa con Jesús” 2ª parte La mujer a la que quiso conocer Jesús
(Del evangelio de La Hemorroisa y la hija de Jairo)-
Fronteras vulnerables La exclusión y el menosprecio tienen muchas formas, algunas muy sutiles, incluso muy inconscientes. El lenguaje es muy importante, a veces de forma muy sutil es excluyente, y puede ser vejatorio. Me sorprende y me duele, escuchar en la liturgia de la misa, cómo resalta sobre María, la virginidad “como máximo bien que posee”; dice textualmente: “posee la virginidad como bien más preciado” Lo he oído en la liturgia de hoy. Yo siempre
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pensé que su bien más preciado es Jesús, es ser la Madre de Dios.
¿Puede haber algo más preciado? Esta liturgia me escandaliza. Si nos atenemos a la literalidad de la frase, a María, nuestra Madre, se le valora como máximo bien, su integridad física; que eso, es ser virgen. No tenemos, por lo que se ve, un bien preciado, las miles y millones de madres de familia. Es lo que tiene, para tener hijos, tiene que ser permeable el canal del parto. ¿Somos acaso mujeres de segunda? No lo creo. No intento compararme con Nuestra Señora, a quien debo tanto !la Virgen del Espinar! Virgen de mi pueblo; su ermita sumergida, que tanto ha llenado mi infancia, que tanta felicidad me ha dado… “¿Te acuerdas Madre? A tus pies cuántas veces, recé la salve, recé la salve…” Sólo intento discernir qué quiere decir todo esto. Me parece que empequeñecemos a la Virgen. Creo que el bien más preciado de María, es ser madre, ser la madre de Dios, y ser la primera creyente en Jesús nuestro Salvador. Santa Isabel, su prima, recibió a María embarazada, y le dijo: “Bendita tú, porque has creído…” ¿De dónde a mí que la Madre de mi Señor me visite?” Canta la maternidad de María; nos canta ya, la Resurrección de Cristo. Fe y esperanza gozosa en ese encuentro; sabiduría de dos mujeres, donde la vida crece. Las entrañas de Dios, están en ellas.
En esa liturgia y esa advocación, a la que me refiero, se pone más énfasis en unos atributos de María, que lo que acontece en ella, que es nuestra salvación. Fue en el vientre de María donde se inicia nuestra salvación. Por respeto a Nuestra Señora, la Madre de Dios, y a todas las madres, se tienen que corregir los textos y contenidos de la liturgia, que dejan a las madres en un mal lugar. Recuerdo el trago que pasé en la consulta cuando unas personas de otra cultura, vinieron a pedirme un certificado de virginidad para su hija. La iban a casar y conseguían más dote (más dinero) por la virginidad de la chica. Yo sólo hago certificados de salud o de enfermedad, les dije, y no ser virgen, no es un problema
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de salud. ¡Así vale más mi hija! Me imploraban. El valor de tu hija, no está en su virginidad, les dije al padre y a la madre, vuestra hija es maravillosa, virgen o no. Su valor es ella. Se fueron desolados. El velo de la ideología machista no les permitía ver sus dinamismos codiciosos internos, disfrazaban de honorabilidad su codicia, y lo que es más grave si cabe; pisotear la dignidad de su hija, para comprar una posición; sentirse los dueños de su hija, que no dijo ni mu, en todo el tiempo que estuvimos juntos. Todavía hoy, son demasiadas fronteras vulnerables expuestas al daño, que tienen las mujeres. Ser virgen es un valor que resaltan los ojos de los varones. Es un velo que oculta la vida, un velo que tenemos que descorrer. Es una frontera que tiene que caer.
La hemorroísa lo había intentado todo con el dinero, que da seguridad; que lo compra todo. Indudablemente te da poder, poder de controlar la vida, comprar bienestar. Puedes comprar cuanto quieras. También, en buena parte, la salud. Aquí se levanta otra frontera, entre los que tienen y los que no; y un dinamismo que es el sentido de apropiación de la salud. Esa apropiación que impide que fluya la vida. La posesión, el sentido posesivo no es buena disposición para que fluya la salud en todos. Es un bien social al que todas las personas tienen que tener acceso. La salud no es propiedad de nadie. El sentido de apropiación tan contrario al de Maternidad, cuya dinámica es dar la vida y recibirla. Jesús ejerce la maternidad con la hemorroísa; maternidad, que probablemente, la biología y las heridas del tiempo le habían negado.
Maternidad de María que nos honra a todas las mujeres.
Madre de la salvación.
La herida convertida en camino
Seguro que en aquella sociedad, la hemorroísa y Jairo, son dos personajes que pierden; uno, prestigio y ella, la sangre; pero,
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que ganan en el encuentro con Jesús. Claro, no es lo mismo perder (mujer), que dejar, voluntariamente (Jairo). Sentir, que te arrancan de ti misma. Sentirte despojada, arrojada de las fuentes de la vida: Dios y los hombres. Vivir en esa nada, y en esa incertidumbre de mujer expulsada. Estar en la boca de todos, y no estar en la vida de nadie. Estar profundamente sola. Así están hoy muchas personas, esperando una mirada, un temblor; que se haga justicia. Ella, la mujer del evangelio, herida por los cambios corporales como tantas mujeres y por la utilización del cuerpo, hoy como ayer.
Ella, sin los otros, no puede saber quién es; y los otros, no la nombran. ¿Por qué no mira a Jesús y le cuenta su problema? El coste de la exclusión, de no poder relacionarte con otros y la culpabilidad, que paradójicamente conlleva, es el bloqueo de sí mismo y el miedo; el profundo miedo de sí y de los otros. Se coagula el acceso a su intimidad, a su propio ser, a su verdad, y curiosamente pierde la sangre. Se oscurecen las fuentes del ser. No se atina a conocer las propias necesidades, se trastocan los valores, se pierde el norte, porque, el norte del excluido y la mal- tratada es vivir sin vida. Estar exangüe.
No sabes quién eres; no tener conocimiento de sí, no es un problema puramente teórico, ni retórico; el conocimiento inter- no incluye una relación existencial. Conocer para la Biblia es entrar en relación, y el excluido, suele tener rotos los puentes de la comunicación. Tal vez, por eso, la hemorroísa con Jesús, prefirió las manos y ocurrió el milagro. El encuentro de esta mujer con la persona de Jesús, le hace tocar la vida, tocar el ser. Se abre ante ella el futuro. Ese encuentro le ofreció, nos ofrece una posibilidad real de rehacer la vida, la propia historia. La hemorroísa conociendo el espíritu de Jesús, conoció su propio espíritu.
Ella, la innominada, que tiene la fuente de su poder, destruido; esa herida, es la que le introduce en el amor de Dios. La herida es, sin lugar a dudas, el lugar de la experiencia de Dios. El
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sufrimiento se convierte en un recordatorio. Afrontar las heridas, las sombras de la vida, no es fácil; pero es la única vía, que conduce a la curación; ir sacándolas a la luz. Se abre un mundo de perspectivas nuevas; el arte está, en convertirlo en camino. La sabiduría del camino, no renunciar al deseo de vida
Tomo prestados unos versos de Luis Pastor y los adapto a mis sentimientos: “Con la savia de Dios y con mi sangre, perennidad construyo en vida breve”.
Alzo la rosa que todo lo ilumina.
Se llevó un poema infinito
Ha descendido a tus pies, Jesús, para que le suban las palabras. Recibió de ti, el comienzo del amor. Que la paz arraigue en ti, la deseaste. “Vete en paz” le dijiste. Le hiciste salir de su piel, le devolviste la esperanza. Ella que había amasado su vida en la derrota, el desprecio, y la impotencia incrustada en las grietas de su piel; tuvo la audacia de salir de sus calles, salir de sí misma; por eso se llevó para sí, un poema infinito. Ella que no podía ser persona en la noche de nadie, ni residir en el corazón de nadie; sin nombre, innominada, la sombra de los varones había caído sobre ella; estaba rota; pero aun quedaba un rescoldo de mujer, una dignidad, que le hace pensar, que merece la pena intentarlo, de otra manera. Esta mujer se encuentra con Jesús; pienso que es un instante hecho de eternidad y suspiro; de lirio y de invierno ¡Quiero más vida, quiero más corazón! es lo que ansiaba esta mujer. Le tocó el manto e inició el milagro.
Hoy como en ella se realiza en nosotros el evangelio. El espejo empañado, oculto en tu interior, se limpia, cobra luz, refleja la verdadera imagen de tu vida. Hace brotar de la angustia, las flores del esclarecimiento cual primavera. Eso es el evangelio. Eso ocurre a quien se acerca a él con esperanza.
Jairo en su silencio de vuelta a casa, aprende, la gratuidad de Dios, que valora al otro por si mismo; la alteridad que no
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instrumentaliza al otro. No hay que cerrar los ojos para vivir por dentro, parece que le dice. Le enseña el silencio fecundo; el silencio florecido, con el que se va la mujer, que llegó con un silencio seco.
Algo de tu perfume, Señor, me delata en mi sangre, tu latido.
Despierta tu feminidad, vístete de tu fuerza
Jesús, siempre dice: Tu fe te ha salvado, la que tú tienes en tu mismo ser. Jesús nos cura, descubriendo y señalando nuestro poder; tu fe, es tu poder, nos dice.
¿Cómo se valoraría esta mujer en la sociedad en la que vivía?
¿Cómo influye la valoración en nosotras, que nos asigna la sociedad, la propia iglesia? No sería necesario hacerse esta pregunta, si no hubiera una historia de devaluación, de invisibilización de las mujeres; lamentablemente, nos tenemos que seguir preguntando, por muchas razones. No era sólo en tiempos de Jesús.
En el evangelio de la muerte del Bautista, aparece una mujer, que se dejó valorar por los ojos de un hombre, Herodes. Mujer que adquiere todo su valor de los ojos de Herodes, que entra en el juego de la valoración del señor, del varón. Pone su valor en lo que le dice un hombre. Se deja mirar y hacer por el hombre. Se da valor a través de los ojos de Herodes. Un evangelio que por cierto, carga las tintas, en la mujer tentadora y no en el hombre, prepotente y banal que es Herodes, que es quien las fabrica.
Lo femenino es menospreciado a lo largo de una historia de misoginia, y siempre reducido a la vertiente de la corporalidad y la materialidad, frente al espíritu. Ya STJ se quejaba diciendo: “Sólo pensar que soy mujer, y caérseme las alas” En el pasaje de Herodes sobre la muerte del Bautista, aparece la corporalidad femenina como eje tentador. Se empodera a la mujer
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por su erotismo, por la voluptuosidad de su cuerpo, por su forma de bailar. Pídeme lo que quieras dice Herodes a la bailarina joven. El empoderamiento de la mujer, privándola de su espíritu. Atándola a los caprichos y necesidades de los varones. Reduciéndola a cuerpo. A la bailarina le hace renunciar a sí misma, a la gratitud; a recibir esa gratitud en una relación, donde se aprecia la persona en su totalidad. Flaco favor se hace la bailarina, siguiendo el juego a Herodes
La hemorroísa vivía una realidad, en la que era difícil desplegar las potencias de su vida, su creatividad. No encuentra poder en el misterio de su propio cuerpo. Mujer que toca las vestiduras, escondida en sus sombras. Jesús la sitúa en un nivel de igualdad con la identidad masculina; se sitúa con la mujer sin prejuicios; parece que no le preocupaba su reputación. No es que Jesús fuera feminista; Jesús desarrolla en su época una dimensión ética igualitaria, centrada en el amor y el respeto a las personas. Destacó Jesús entre sus contemporáneos como maestro que contaba con mujeres entre los amigos y seguidores; suponía un gran cambio de valores en su tiempo. A la mujer se la excluía en general. Tenía otras dedicaciones, estaba totalmente relegada en el plano religioso y totalmente prohibido, el acceso a las escrituras, y más explicarlas. STJ se quejaba, y con mucho humor decía: “pretenden hacernos andar como pollo trabado a las que vuelan como águilas. Entienda de una vez el mundo de que tenéis libertad”. Se ha empobrecido incalculablemente la iglesia y por supuesto la sociedad, con las puertas que les han sido cerradas a las mujeres. ¿Hasta cuándo Señor, no va a haber “virtud de mujer que no se tenga por sospechosa”?
Sigo orando e imaginando qué pasaría por la mente y el corazón de esta mujer, ante Jesús; enferma largo tiempo. Es fácil, que ella enfrente la amabilidad y la dulzura, con su ira interior. La ley discriminaba a las mujeres. Cristo, hace que suene su voz, desafiando el modelo impuesto por su propia identidad.
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“Las mujeres pueden ser vistas, pero no oídas”, hoy perdura ese mandato ancestral en el subconsciente colectivo, el rol sin voz de las mujeres. No falta tampoco en la actitud y la conducta de muchas personas. Las costumbre judías, asociaban el mal, el tabú, lo proscrito; con la enfermedad, conducta desviante, enfermedad mental o sexual. La mujer por su fisiología diferente y en sus ciclos, se la considera mala y antinatural. Era clasificada y observada como marginal e impura. Su fisiología en ese contexto se convierte y se clasifica en el orden moral. Como consecuencia de identificarla con su fisiología, unas veces se la margina y otras se la excluye; otras la acusan: “son impuras” A la estéril la privan de su identidad de mujer, la identidad de mujer sólo era reproductora. ¡De cuantas cargas liberaste a las mujeres, Señor! Pero no ha terminado el problema. Muchos, no te han entendido ni te entienden; muchas decisiones que perduran hoy tienen su raíz en este prejuicio.
Seguro que cuando se acerca a Jesús, judío y galileo, en sus entrañas resuena la misma palabra: Mujer e impura. “Tienes que callarte”. La definición de pureza, todavía constituye una base de discriminación de las mujeres; está todavía incrustada en las estructuras sociales; en aquel tiempo, la sangre de la mujer se aso- ciaba a la impureza. La mujer impura por la fisiología. Hoy alcanza este prejuicio a las mujeres en muchas sociedades y las consecuencias para ellas son muy dolorosas. Realmente la mujer debía de tener un gran conflicto para aceptarse a sí misma, como ahora tiene en estas sociedades.
Sin embargo, Jesús, habló con ella, y al hacerlo, la incluye, en el círculo de los que estaban cerca de Él. ¿Cómo puede ser Señor, que hoy sea peligroso ser mujer en muchos países?
Impura todavía, se acercó a Jesús y retrocedió. Hasta que la voz de Jesús le hace comprender y avanza ante el Maestro. Se produce el milagro. Puede agradecer al cielo, que quiso que fuera mujer. Ya tiene las llaves. Tu fe te ha salvado. Tú tienes el
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valor de ti misma; los otros no te lo pueden asignar. Le encamina a encontrarse a sí misma, independiente de las expectativas sociales, y la ignorancia que antes la limitaban. Vístete de tu fuerza, vístete de tu ser mujer, como yo te he creado; parece que le dice.
La bailarina de la historia del Bautista asume un ser materializado, sin espíritu, sin inteligencia; no en vano pide la cabeza del Bautista. La cabeza cortada del profeta es para estas dos mujeres, la bailarina y su madre, el símbolo de la negación de la vida. De la negación de su propia vida. Es una forma equivocada de ser mujer, de caminar a la liberación femenina, de empoderamiento; negando y destruyendo a los otros. En el pasaje de Jairo y la hemorroísa, se empodera a la mujer por su fe, por su determinación. Podemos ver y agradecer a Jesús, que además, responde a la imaginación de esta mujer, que decía: “Si le toco me curo”. Da valor a su deseo y a su creencia. El poder, se lo devuelve, conectándola con su necesidad y valor escondidos: “Tú fe te ha salvado”, es como si le dijera aquellas palabras del ángel a Jacob: “Despierta, despierta, vístete de tu fuerza”. Cuando termina el diálogo con la mujer, Él la deja marchar, pero Jesús, quiso que fuera parte de su predicación. La vida de los desheredados es la predicación de Jesús. Sólo hace falta escuchar lo que dicen. El dolor del mundo es parte del Evangelio del Señor. También lo es el dolor liberado !Es el evangelio! Se trata de devolver la dignidad al sufriente, es lo que hace Jesús, convertir al sufriente en Buena Noticia.
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