De no tener palabra, a tener la palabra de Dios: La mujer a la que quiso conocer Jesús.

Capítulo IV 1ª parte

de mi libro “Volver a casa con Jesús”

 

Dice el evangelio que “le seguía un gran gentío que le aplastaba. Entonces una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía 12 años, que se había gastado mucho dinero en médicos; habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás y le tocó el manto. Si logro tocar su manto se decía…”. Supongo que era una mujer rica y sin embargo impura. Ella reconoce su situación, por ello, se acerca a Jesús. Se acerca por detrás. Demasiada carga para publicarla. No se enfrenta directamente. No quiere hablar ¿Por qué? Es posible que haya sufrido mucho el desprecio, la descalificación, la impotencia, la sin- razón. Posiblemente, el sentirse mujer le hace pensar, que es difícil, que Jesús se fije en ella. Se suponía además que la mujer prototípica, tenía que estar en casa, tímida, modesta, callada, sin iniciativa. Esas eran las expectativas sociales de entonces. Fue todo un desafío tocar a Jesús y querer arrancarle un milagro para ella. Además, Él es un varón. Jairo era alguien importante y lo deja todo. Se lo juega todo, por su hija. Ella no es nadie en esa sociedad, como hoy muchas mujeres en muchas culturas; mujer, posiblemente infértil. Sólo quiere dejar de sufrir. Se siente tan pobre y tan desgraciada que ni siquiera quiere hablar a Jesús. Pero ya se había producido un encuentro con él, en su corazón. Ella le buscó primero. Había oído hablar de él a los otros. Creía que Él, la podía curar. Reconoció, vislumbró el poder de Jesús, antes de encontrarse con El. También, percibió, creyó en su misericordia, porque siendo

 

impura, “le tocó”. Rompe todas las normas de la modestia de entonces y toca a un extraño en la calle. Se decía “si logro tocar aunque sólo sean sus vestidos, me salvaré”. Quiero pensar, que tenía un enorme deseo de salvarse, de dejar atrás tanta marginación. No se había conformado con su situación, que duraba 12 años; quería luchar, quería vivir. No se había dejado llevar por el autodesprecio que todo marginado puede introyectar. No la había vencido la desgracia. Rompió con los tabúes que la mantenían al margen, el de ser mujer, el de la enfermedad, la infertilidad y el de tocar la orla del varón judío. Se desafió a sí misma, y a los que acompañaban a Jesús.

 

El flujo de Dios, ante el flujo de la sangre: la gratuidad

La mujer no se quedó en la autocompasión. Sabía que merecía vivir. Ella había oído hablar de Jesús, el varón que hablaba, de vivir de nuevo; y no se había dado por vencida.

Se había gastado mucho dinero, dice el evangelio. Pero Jesús no era persona que pusiera precio a sus actos, y con Jesús, no valía el dinero. No podía pagarle sus servicios; tuvo que buscar otra forma de relacionarse con Él. No le ofreció dinero, no le compró sus favores. Se puso ante Jesús, en actitud de recibir, recibir sin poder; sin poder pagarlo. Recibir en su pobreza. Ella como Jairo, tuvo que dejar también el poder; el poder que da el dinero. El poder comprar servicios, amistades… Ella se situó ante Jesús, sin dinero, sólo para recibir… Si logro tocar su manto… Decía Miguel Hernández, que las manos son la herramienta del alma, su mensaje; en este evangelio, así ha sido.

¡Qué misterio Señor! El varón te pedía que tú tocaras a su hija y la mujer quería tocarte a ti.

Uno, abandona el poder que da el estatus. La otra, necesita empoderarse; pero, no del poder que se compra con dinero y rele vancia social. Si no, con la fuerza del ser, de la dignidad de sí misma, la fuerza de Jesús, del misterio que ofrecía el Maestro. Ella

 

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Tenía una doble impureza, la propia de la enfermedad con los años de marginación que habían horadado su vida; pero sobre todo, la de ser mujer en un mundo hecho para y por el varón. Aún así, se había gastado mucho dinero, dice el evangelio.

Contraponiéndolo al dinero, le ofrece Jesús la gratuidad de Dios. Otro poder, que nada tiene que ver con el que ella conocía; el poder de dar vida, el poder del amor, que lleva en si la justicia de Dios. Jairo sin embargo, lloraba por el fruto de su amor, el fruto fecundo, su hija.

Me pregunto, por qué la mujer no habló directamente con Jesús, y se acercó por detrás, sin decir nada. ¿Estaban en juego cuestiones como el honor y el pudor? Posiblemente ¿Tenía miedo de que la rechazara? ¿Tenía vergüenza de publicar su necesidad?

¿O acaso, era el miedo a las rígidas leyes que la mantenían impura? Ella, la estéril. Sólo eso indica un flujo de sangre de 12 años. Lloraba la sangre de mujer. Por eso, tal vez, va por detrás.

Necesitaba esconderse; no es un lugar seguro la identidad que lleva disuelta en su ser mujer en aquel entonces.

Es posible, que ella siguiera buscando una relación de poder; era su forma de hacer –comprar– “Se había gastado mucho dinero en médicos”, dice el evangelio. Había aprendido a comprar servicios, y aunque de nada le había servido, no deja de ser un aprendizaje. ¿Quiso arrancar a Jesús su poder tocándole, sin mostrar su necesidad, sin reconocerse en ella? Tal vez, también, tenía miedo de otro fracaso.

El hecho es, que se le estaba escapando la vida, sin vivirla; posiblemente, se sentía separada de los otros y quería vivir en medio de los otros; pero posiblemente, no sabía. La marginación, la exclusión, dañan profundamente la capacidad de relación. Dice el evangelio: “Le tocó e inmediatamente se le secó la fuente de sangre”. El flujo de Dios, ante el flujo de la sangre. Jesús sintió una fuerza que salía de Él y entraba en ella, y ella, así lo percibió. No dice el evangelio que se curó.

 

Creo que la enfermedad de esta mujer no era sólo el flujo de sangre.

A esta mujer se le iba la vida, no sólo por la sangre. Era una mujer, con pérdidas: sangre, dinero, relación, amor, hijos, dignidad; hoy, diríamos ciudadanía. Ella había perdido sangre y ciudadanía. Ella estaba fuera del pueblo de Dios. Jesús conoce el poder destructor de la exclusión, la marginación, y quiere que acabemos con él. Alza su voz sobre ello: “Bienaventurados los que lloran…”. Esta nueva voz, creo, que aboga, por un lugar propio para las mujeres, en el espacio de Jesús y por extensión en la Iglesia.

Como tantas mujeres hoy, tenía bloqueado su cuerpo y sus relaciones; se acerca a Jesús como sabe, por detrás; y la sorpresa: Jesús la siente, la escucha, se da cuenta. ¿Quién me ha tocado? Jesús le ayuda a encontrarse a sí misma, independiente de las expectativas sociales que tanto la limitaban. ¡Cuánto tiempo buscando lo que estaba tan cerca!

 

La experiencia de saberse amada

Pienso, que a ella le faltaba el amor y la experiencia de saberse amada. Igual que al endemoniado, del evangelio anterior, el de Gerasa.

Recuerdo cómo empieza su vida pública Jesús. Empieza en el Jordán teniendo la experiencia de ser persona amada. Con la experiencia profunda de ser amado por Dios. “Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco”. Por eso, tal vez, Jesús la despide a la mujer con un “hija, vete en paz”. Tú también eres amada. Jesús le brinda el amor como identidad. Saberse amada de Dios, permite reconciliarse consigo mismo, y con toda la creación. Por la cruz, el amor a pesar de ser derrotado, sigue dándose entero; ésa, es hoy nuestra esperanza y la fertilidad de la fe. Siempre Jesús se empeña en liberarnos del miedo y la angustia.

 

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La experiencia de no ser amado conlleva otro dolor, a nadie le interesa tu amor; por lo que no se aprende a amar. Ya no es sólo el rencor de no recibir amor; sino, la torpeza de no saber, de no poder amar, aunque quieras. Se aprenden estrate- gias para no recibir el daño del desprecio, quizás por eso la hemorroísa se va por detrás. Es muy duro, muchas veces me pregunto por qué el que más sufre, tiene que padecer este dolor añadido. Esta verdad sicológica y vital, la tenemos que tener muy en cuenta, a la hora de analizar y juzgar situaciones, acti- tudes de mujeres, y personas marginadas, excluidas, mal- tratadas, que nos parecen inauditas. Qué pronto, se nos escapa que: “están así, porque quieren…” o la pregunta ¿por qué alguien aguanta esa humillación? Me golpea profundamente y estoy recordando mucho en este evangelio, otra expresión deni- grante e injusta: “algo habrán hecho”. Hoy me duele Señor la desgracia de tantas mujeres, las maltratadas; las niñas y niños que sufren el despiadado acoso escolar, que tanto dolor infringe; hoy recuerdo a los profesores que se lavan las manos, diciendo que son cosas de chicos; quizá, Señor esto te suene. Hoy me llega la noticia del tráfico de mujeres y niñas para los degenerados okupas del sexo. Me duele. Repaso Señor las con- secuencias que tienen en sus vidas, y me pregunto ¿Por qué los más débiles soportan todo el dolor del mundo? No lo com- prendo, no comprendo, que ellos sean los que paguen con su dolorida vida esta terrible injusticia.

En la esclavitud sexual, que es una realidad en nuestro país, para estas mujeres, el cuerpo propio ya no es propio; está siendo, infinitamente violado, para negocio de alguien. ¡Qué duro Señor¡ ¡Qué infierno! Mujeres que buscaban una vida mejor, y encontraron una vida peor; están prácticamente solas. El terror será el único compañero que no les abandonará el resto de su vida. Niñas, mujeres que comienzan a trabajar con el cuerpo, al mismo tiempo que les cierran la mente y el alma: disuelven el

 

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amor, de sus vidas. Los traficantes juegan con la ventaja de que estos crímenes cometidos contra estas mujeres y niñas, se mini- mizan. Se minimizan. Bendito y alabado seas por las mujeres que trabajan con ellas y las acompañan.

Si me callo ahora, puedo escuchar una bienaventuranza, tuya: bienaventuradas las mujeres los niños y las niñas cuyo cuerpo es degradado, porque serán comunión conmigo.

El tráfico humano es un crimen invisible, que produce una carga de sufrimiento irreparable, conozco el problema. Después de las vejaciones y sometimientos, estas niñas y jóvenes, presen- tan graves trastornos psicosociales: confusión de sentido del tiempo, capacidad limitada de organización y estructuración de la vida; sentimientos confusos sobre el amor y el sexo, sen- timientos de culpa y vergüenza, confusión sobre sus necesi- dades, incapacidad para discriminar lo que es mejor para ellas, incapacidad para pedir ayuda. Esto ocurre en distintos grados, también, en personas que se les haya sometido a un proceso de humillación; bien por malos tratos, bien por abusos; o por intereses religiosos, más que dudosos. Cuando llego aquí, en estas reflexiones, o en este conocimiento, me pregunto:

¿Dónde estás Señor? ¿Te escuchan ellas, pueden hablarte, saben, que las amas? Señor, arroja luz sobre tanta desgracia.

Decía S. Weil, después de haber pasado ella por la esclavi- tud, en la fábrica, “la esclavitud me ha hecho perder el sentido de tener derechos” y explicaba la falta de rebelión contra estas situaciones diciendo que “En la brutalidad, aparece la docili- dad”. Todo comienza con la mirada del depredador, la mirada que la califica, y lleva a la víctima, poco a poco, a un destino degradante; con el silencio cómplice de espectadores; a veces, llenos de “falso respeto” a veces, perdonándoles la vida. Esto puede durar años y tiene unas consecuencias ominosas. No es fácil salir de una relación de dependencia y sumisión; que a ello, lleva el depredador o depredadora. Indudablemente hoy, muchas

 

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de estas personas no tienen la suerte que tuvo la hemorroísa; pero, nos tienen a nosotros. ¿Qué hacemos?

Alabo y bendigo al Señor, porque ha hecho muchas manos fecundas, que dan vida a estas personas, y pueden tener la expe- riencia de saberse amadas.

 

Las manos

¿De qué esencia están hechas tus manos?

¡Qué perfume te precede¡

¿Con qué flores escribes, dador de la vida?

¿Con qué manos nos sostienes?

¿Quién sostiene las manos que aguantan el dolor del mundo? Las manos que trabajan en los telares de la miseria,

Las manos de niñas explotadas, fabrican ladrillos con el lodo.

Las manos que rebuscan la basura,

Manos que no se encuentran, que no se reconocen. Las manos desteñidas, que tintan los tejidos, Manos desvividas, desnudas,

Que nos visten a nosotras, Que nos inventan hermosas.

Las manos de Tailandia, Bangladesh, Manos profanadas, marchitadas Con nuestro silencio y pasividad.

Las manos que se hunden en el mar, buscando vida, Las manos que escarban el último grano de trigo,

¡Las manos! Manos perplejas

Atrapadas por la piedra, en la que Han convertido el pan.

Las abrasadas por la hambruna,

Las arrugadísimas manos del silencio y la soledad de los años. Las manos partidas,

 

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Destrozadas, por el amor violado, Las manos de la limosna degradante. Manos asesinadas en tantas violencias. Las manos de la soledad acurrucada.

Las manos escarchadas en la fría soledad del paro Las manos que han dejado de ser besadas.

Las rosas que no pueden acariciar, Manos desorientadas,

Escapando temerosas, Volviendo fracasadas.

Manos crucificadas en los senderos del espacio y el tiempo Manos que van sembrando sombras.

¿Quién me ha tocado?

Un ramo de ternura y dolor, de rosa y lirio.

¿Quién va a ser, maestro, si todos te apretujan?

¡Qué tristeza!

Estas manos quieren tocar tu orla, Señor.

 

Tocando el poder de Dios.

“Si logro tocar su orla del manto, me salvaré”. Hoy, me admira esta mujer, me comprometo con ella. Este pasaje me habla y me interroga profundamente, a la vez que me emociona. !Me desnuda! Me encuentro llena de alegría por su audacia, llena de admiración por ella. Ella Señor, que me ha

puesto el corazón y los ojos junto a Ti.

Entro en dos relatos, Jesús con la mujer y la mujer conmigo. La mujer tenía pérdidas, dice el evangelio. Otros te excluyen, y tú pierdes. Es lo que suele pasar. Esto produce un profundo sufrimiento y una enajenación de la vida social, donde no puedes ser tú mismo. Es fácil que la experiencia de amor de esta mujer, estuviera muy herida. El mundo religioso de los tiem- pos de Jesús, era tan condenatorio y excluyente, casi como el actual, que lo es en diferentes aspectos de la vida. Tocando la orla

 

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del manto, recupera la mujer el poder sobre su cuerpo; pero, no recupera su capacidad de relación, el amor, que es su carencia, que es su mal más destructivo. “Se acerca por detrás”, dice el evange- lio. La intimidad es indecible, sólo experimentable y la suya era muy dolorosa. Se acerca por detrás, tal vez con ese sonsonete interior, esa voz: “No puedes, no debes… qué derecho tienes”. Pero, ella se acerca. Las voces de mujeres que he escuchado, se confunden Señor, con la voz de esta mujer y confluyen conmigo, creo que en tu corazón. Escúchales a ellas, escúchanos, Señor.

Me ha emocionado este evangelio y me ha conmovido pro- fundamente Jesús. Me atrae y convoca su sabiduría; una de las propuestas para ayudar a salir de estas situaciones, es afirmar las posibilidades de las víctimas, sus valores y su dignidad, como hizo el Maestro: ¡Tu fe te ha salvado! Empoderar, que no es dar poder; sino ayudar a reconocer, el poder que ya se tiene. Jesús da poder a la experiencia, a la autenticidad personal. El poder es parte de la confianza en la vida.

Si logro tocar su orla del manto, me salvaré. No había per- dido la esperanza de curarse, ni el deseo de una vida mejor. Si le toco el manto… Tal vez, intuyó que la fuerza de Dios era tam- bién para ella y que tocándole se actualizaría en ella. Pero acaso

¿quería el poder de Jesús en su vida? Sea como fuere, ella, esperaba todo de Jesús. Apostó muy fuerte e hizo gala de una gran audacia. Se esforzó para llegar a Él, y se encontró con la fuerza de Dios, que le hacía mirar a la suya.

Paradójicamente, para encontrar el poder de Dios, tienes que dejar el tuyo. Ella dejó el poder que da el dinero y Jesús le va a encaminar a otra forma de poder. Jesús la reconoció y la trató como persona con historia, con capacidad de producción de sentido. Me llamaba la atención, que el tiempo de existencia del marginado está desaparecido en este evangelio. No aparece ni su nombre. Sólo existe para ella el tiempo de uso. Jesús der- rumba la seudovida de esta mujer, anclada en fundamentos

 

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ambiguos y falsos, y lo hace a los ojos de todos. Dios está der- ramando continuamente su misericordia, que teje nuestra vida. Con Jesús se hacen presentes los valores de Dios, alegría bon- dad, sanación y superación de mucho sufrimiento.

Alzo una rosa y todo se ilumina. Traes paz a mi corazón Señor, y resuenan en mí, los versos del Cántico espiritual de SJC:

 

“De flores y esmeraldas

En las frescas mañanas escogidas Haremos las guirnaldas

En tu amor florecidas

Y en un cabello mío entretejidas”.

De flores y esmeraldas has hecho para mí, un collar infinito.

 

La rosa de nadie, transfundida de Dios

Me pregunto, cómo podemos vivir en nuestro tiempo, como Jesús vivió en el suyo, ¿acaso podamos? ¿Acaso debamos? Vivimos en otra cultura, pero el caso es que yo percibo en todo el relato de los evangelios, un latido de creatividad, un aliento de creación, y eso es lo que quiero respirar.

Acerquémonos más a ella, la mujer a la que quiso conocer Jesús.

 

Se acercó por detrás

Ha descendido a tus pies, a su dolor, para que así, ascendieran sus palabras. Le devolviste la estrella de su vida.

Se acercó en silencio… por detrás,

Llamada de socorro de quien se siente sucio. Esta mujer, de sangre amasada en fracasos, en derrotas, en ausencias,

millones de horas de búsquedas, portando las espinas del tiempo.

Crecían en la mujer las azucenas sin sazón.

 

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La mujer que quería más vida, que quería más corazón.

Pensamientos de abandono y desprecio habrían poblado su vida,

no era productiva.

Emociones enquistadas de años, Las sombras de su pueblo luchaba contra su misma sombra. Sombra que la cegaba,

sombra que le impedía Ver. Se acerca por detrás,

crecía en ella

una estrella hambrienta,

en los confines de las palabras. Quería decir,

pero estaba muy lejos de su voz. Se acercó por detrás.

Con la incertidumbre de mujer desechada, con el alma agujereada

como todos los excluidos Como los corazones rotos,

Como las que gritan sus sufrimientos, En los desiertos de la sociedad.

¡Se acercó por detrás!

¡Qué salgan a ella, los jazmines y las rosas!

 

Jesús con su actitud, cuestiona el modo de vida de esta mujer, y hace que se lo cuestione ella. Le pide, que se sumerja sin miedo, en esa realidad oculta que la habita, y la orienta a la libertad. Le desea, que se vaya en paz y que se lleve su paz y su valor por todo el mundo. Jesús le transfundió su vida. Este encuentro me recuerda, que Dios es experiencia personalizante. Con Él, las llagas serán rosas.

 

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El Señor cuenta el número de estrellas y pone a cada una su nombre La inhabilidad para nombrar y ser nombrado, es una con- secuencia del maltrato y el desprecio. Qué duro es, Señor, cómo destruye el dolor del desprecio; cómo van borrando los sen- timientos, cómo los va negando, cómo va confundiendo los afectos. Señor, sales al paso de este gran mal; quieres que apren- damos a nombrar y decir lo que nos duele, lo que nos asusta, lo que deseamos, lo que tememos. Haces que amemos nuestros sentimientos, que amemos y respetemos nuestras necesidades.

Bendito y alabado seas.

Jesús es libre y se sitúa también, ante la libertad humana. El sin embargo, la reconoce; por eso, espera la respuesta de la mujer.

¿Quién me ha tocado? “Entonces una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía 12 años, que se había gastado mucho dinero en médicos… habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás y le tocó el manto”. Llama la atención tanto detalle y el evangelista omite su nombre, en oposición del varón; esto es bien llamativo, de lo que era esa sociedad. Digo que es llamativo, porque un pueblo, que ensalza el nombre con tanta fuerza y belleza en los salmos, que le da tanta importancia… y se olvida el evangelista. Pocos salmos hay que no se refieran al Nombre. El nombre referido a todos los atributos de Dios; como las flores en un jardín, crece en los Salmos la admiración y veneración por el nombre. Lo cantan, apelando a la lealtad y misericordia de Dios. “No a nosotros Señor, no a nosotros, hazle honor a tu Nombre” Sal 115. Llenos de gratitud “Dad gracias al Señor, invocad su Nombre”. Invitando al gozo, a la satisfacción de conocer a Dios: “Gloriaos de su Nombre santo”. Exultando de alegría por estar con él, uniendo la fidelidad del hombre a la de Dios: “Alzaré la copa de la salvación, invocando el Nombre del Señor” Sal 116-113. O expresando el sentimiento del poder de Dios, librándote de los enemigos: “Me cercaban como abejas/Se apagaron como fuego de zarzas/En el Nombre del Señor me deshice de ellos” Sal 118-12.

 

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También es muy bello y representativo de lo que digo, aquel que expresa, la certeza de que Dios nos acompaña uno a uno y nos da una identidad. “El Señor cuenta el número de estrellas e impone a cada una su nombre” Sal 147. “Dios llama a cada uno por su nombre” dice el profeta Isaías 43,1. El mismo Jesús llamó a los apóstoles por su nombre; y se dirigió al Padre diciendo: “Santificado sea tu Nombre”. El nombre nos da una identidad; expresa lo profundo del ser, indudablemente; Dios revela su ser con su nombre. “Yo soy Yahvé, yo os libertaré”.

Es bien significativo que no esté el nombre de la mujer, ni de la niña. El nombre que pronuncia nuestra identidad, nuestro ser en el mundo. Hay un sesgo importante del narrador. A Magdalena, Jesús se la reveló, llamándole por su nombre:

¡María!

Escuchar tu nombre, es importante, te recuerda que existes. En todos los milagros de curaciones, que narran los evan- gelios, me llama la atención, el hecho, de que para que acontez- can, existe un momento querido por Jesús, que es el momento que lleva al que pide, al reconocimiento de sí mismo, a hacerse cargo de sí, a entenderse; en una palabra, a existir como persona ante Jesús. Todo implícito en la pregunta ¿Qué quieres? Les con- vierte en interlocutores. Una afirmación de la dignidad. Una manera de empoderar al que llega excluido de la sociedad. No menos importante, una manera de abrirle a la relación. En este evangelio, con el que estoy rezando, pregunta Jesús ¿Quién me

ha tocado? Parece que le dice: identifícate.

Para identificarte, tienes que saber quién eres. No hay más remedio que entrar en tu interioridad, y desde ahí, decirte. La autopercepción es el fundamento de cualquier relación y desarrollo humano; indudablemente tiene gran potencia sicológica y de humanización. Se realiza haciendo crecer la interioridad. Es clave en la vida humana aprender a entenderse a uno mismo, a encontrarse uno mismo, a saber más de ti, más de tus necesi-

 

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dades, más de tu realidad. Es clave en tu relación con Dios y con los demás. Cuando a Jesús le buscan para pedir un milagro, siempre pregunta ¿qué quieres? Esto es el primer pasó para la acción de Jesús. Para responder, tienes que tener conciencia de tu identidad, de la que forman parte tus deseos; y escuchar de otros, el nombre que te nombra.

Saber quién eres, tiene también, mucha importancia para Jesús; tanta, como saber quienes somos, para los demás. Cuando dice Jesús, qué quieres, quién me ha tocado, está diciendo, tú me importas. Es tan significativa la experiencia de la identidad, que Jesús busca también su identidad, para entenderse y compren- derse, para empezar su vida pública y lo verbaliza, preguntando

¿quién dice la gente que soy yo? Y, a sus apóstoles, les dice

¿Quién soy yo para vosotros? Muy importante el tema de la identidad en la sicología; imprescindible en la relación con Dios; experimentarte a ti misma con todo tu cuerpo y tu subjetividad. Dentro nos espera el corazón, como una flor nueva.

Pero a todos nos tienen que llamar por nuestro nombre, el nombre que nos identifica, nos visibiliza; porque el Señor cuen- ta el número de estrellas y pone a cada una su nombre.

 

Sembrar palabras de luz

Esta mujer y en este momento con Jesús, me recuerda situaciones por las que pasamos, en las que el psiquismo humano cede y reconoce su impotencia; y sin embargo, sientes un deseo irreprimible de ser iluminado, por una palabra o un aliento, que no puedes darte a ti mismo. Jesús se lo dio a esta mujer. ¡Tu fe te ha salvado! Palabras de las que brota la vida, que evocan la auro- ra de la creación.

Los milagros de Jesús se expresan mediante lo más profun- do que tiene Dios, su palabra: Tu fe te ha salvado. Levántate niña. La palabra es la riqueza de Dios y del mundo. Con ella, da vida. Nosotros también podemos hacer de nuestra palabra, una

 

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palabra de luz, de misericordia, de aliento, de esperanza, de bondad; el aliento de la creación que late en el evangelio. La relación con Dios sólo puede ser una comunicación de vida. Nuestra palabra y la suya.

Hoy en todo hombre y acontecimiento humano se esconde Jesús y espera que le busquemos, como hizo la hemorroísa, después de buscar muchos remedios. La palabra de Jesús está siempre en movimiento, ora habla a los apóstoles, ora habla a los habitantes del desierto, ora en los caminos, ora a los niños. En el principio era el Verbo dice San Juan. Sin embargo cuántas veces nos parece que Dios se queda mudo; se queda mudo, tal vez, para que nosotros hablemos y lo publiquemos.

Ir al hermano, recibir al hermano como un regalo, acogerlo con palabras luminosas; un regalo que le hace Jesús a Jairo en su camino. Recibir al hermano como un don, sin sospecha, sin resistencia, sin autosuficiencia.

Vuelve a su cuerpo, / vuelve a su palabra, / ya corre su sangre por la de ella; / la rosa de nadie/ se aleja, trasfundida del Todo.

Dios es una presencia que llena de su bondad y sabiduría los momentos de los seres humanos. En lo pequeño, apenas per- ceptible se manifiesta la eternidad. Aquí lo hemos podido ver, y tantas veces en la vida, si nos paramos a mirar.

La clave en la relación con Dios, es poner, exponer el corazón, y escucharemos decir a Jesús: Algo ha salido de mi”.

 

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