Mirar sin manchar la vida. Capítulo VI de Volver a casa con Jesús. Del evangelio
«La hija de Jairo y la hemorroisa Parte 1
Mirar sin manchar la vida: El camino de Jairo.
“No os pido más que miréis…” Moradas 6.2-4 Teresa de Jesús
Si vas a emprender un viaje, pide que sea largo y rico en experiencia dice Kavafis. Dios y vivir son una sola experiencia. Hay viajes que enseñan a distinguir los coros de los gritos y temer las tormentas que disuelven las voces personales; también, hay viajes que nos enseñan a distinguir a los acompañantes que no pisan el sendero; otros nos enseñan a encontrar huellas que nos reconcilian; otros nos reflejan a nosotros mismos. Hay viajes que te abren la vida y la llenan de claridad, luz, fuerza y paz; la llenan de experiencia, y éste es uno de ellos.
Jairo, el judío de la pureza, empieza a caminar con Jesús y de repente sus ojos y su corazón se encuentran con la experiencia, la vida de otra persona. Se para con el maestro a ver y escuchar. El evangelio nos lo presenta en silencio. El varón no dice nada; sólo contempla y escucha.
Consiente Jairo. El consentimiento no es resignación, es fecundidad como lo fue en María. Por tanto, es interacción con la vida, con el acontecimiento que consientes; es diálogo. Silencio y mirada en este pasaje. Es muy difícil una relación con Dios si no vemos, si no nos abrimos en dialogo a los diferentes. Jesús da a la hemorroísa un papel muy importante en su vida. Hoy es testigo de la presencia de Jesús con nosotros y de la amistad de Dios con los seres humanos; le da luz en un contexto en que los apóstoles tienen prisa por llegar a la casa; como tantas veces nosotros, que vivimos intentando alcanzar a Dios. Con frecuencia llenamos nuestra vida de ruidos y nos pasa lo que a los apóstoles que van con ojos con prisa; que miran, pero no ven; oyen, pero, no comprenden. Son ojos veloces que quieren huir del contacto; salir de la experiencia de la vida; pero, Jesús señala que éste es el camino del corazón duro. El camino, de los saludos sin corazón. Por eso no le vale a Jesús la contestación que le dan: “Todos te apretujan”
Este camino de Jairo con Jesús, se me antoja altamente pedagógico, donde todos son maestros y alumnos. Para mí Jairo ha sido un maestro muy preciado que me ha permitido ver cómo Jesús trasforma el dolor la gente en campo fecundo. Cómo Jesús enseña a los que le siguen que Él es la buena noticia, y que el viaje a su lado es muy fértil.
Jesús se fija en la mujer; en este evangelio nos habla con los sentidos, y sobre todo, nos habla con sus ojos, pero sus ojos a diferencia de los apóstoles son ojos que abrazan. Son ojos que ven. Están llenos de la mirada de Dios sobre el mundo. Se asomó Dios a lo creado y “Vio Dios que era bueno”, dice el Génesis. Así son los ojos de Jesús.
Los ojos de Jesús
La mujer que se presenta ante Jesús.
Ante Jairo y los suyos
Con las margaritas desahuciadas,
con carbones sueltos de seda y de silencio.
Sus jazmines blindados
su rosa abandonada.
Llega con sus vestidos llorando,
Cargados de ausencias.
Como musgos encaramados, los cabellos heridos.
Había ansia de fuego en sus palmeras
con un dolor,
que Jesús convierte en canto.
Sus arterias se llenan de flores.
Se acercó con pasos sin hacer ruido,
Y un deseo de cruzar su historia sin ser vista.
Sangre,
sin sangre y sin latido.
Sus pupilas resecas se inundan de jacintos.
Se va con su corazón sembrado de rosas.
Desde entonces ella es buena noticia.
Que el jazmín y la rosas salgan a su encuentro.
El Reino de Dios es un Reino de sensibilidad
En el camino encontramos pasos muy heridos; pero en este evangelio vemos que Jesús abre la vida para liberar tantos dones y capacidades que tenemos dentro. Pero debemos aprender a verlo. Escucho el Cantar de los cantares y oigo a Dios cantándolo a nosotros.
“Tus brotes son jardines de granado Con frutos exquisitos, Nardo, enebro, azafrán.”
Jesús nos enseña a mirar; plantea la mirada, como un lugar ético, un lugar también de conocimiento. Ya el poeta Juan de Tassés decía: “Cuántos saben entender, cuántos supieran mirar”. Pero no mirar de cualquier manera. Quiere Jesús, que miremos sin manchar la vida.
Jesús le invita a Jairo, que era un conocedor de la Ley de Dios y de las escrituras; que seguro que buscaba conocer el Misterio de Dios y amar a Dios, le lleva a saber del mundo; en este camino se encuentra con el misterio del otro, (de la otra). En ello, Jesús le enseña que el conocimiento de Dios pertenece a la experiencia del amor.
Jesús quería indudablemente un gran cambio religioso; pero no al uso; este cambio exige una conversión personal, con unas nuevas relaciones humanas. Jesús trataba con profundo respeto a todos: los ciegos, los mudos, los endemoniados, los cojos…. Jairo un jefe de la sinagoga que indudablemente buscaba conocer a Dios, Jesús le va a enseñar a conocer al Padre y encontrarse con Él. Pero va a ser a través de los seres humanos; aquí a través de la mujer. La relación con Dios acontece siempre en relación con los seres humanos explícita o implícitamente. El encuentro sale de mediador en la relación.
Llegar a Dios tras un itinerario humano. De eso se trata. La vida es el lugar teológico de los combates y desafíos de los seguidores de Jesús. Huir del misterio de la vida y refugiarse en las “sinagogas”, no va con la Buena Noticia.
Intentamos vivir alcanzando a Dios, pensaba, y el Dios que deseamos escapa al propio deseo y remite a los otros; especialmente si son indeseados. Creo que Dios se oculta en su rastro. Esto es lo que nos relata el evangelio, lo que nos enseña y le enseña a Jairo el Maestro, ya amigo y acompañante.
La hemorroísa supera una carrera de obstáculos para llegar a ser, para poder ser persona con dignidad; obstáculos que debe vencer a través de la voz, por medio de la palabra; no con las manos, que parece que le eran más familiares. Dice el evangelio que “Él miraba a su alrededor para descubrir a quién le había tocado”. Ella llega a Jesús con voz desamparada, “asustada y temblando“ nos relata Marcos. Le habla con voz que sobrevive. Tiene que hacer silencio ante Jesús y escucharse para decirse. Ella tiene que pararse también. No vale tocarle a Jesús y salir corriendo. Tienes que ser libre.
Jairo al contrario recorre el camino en silencio como si se tratara de una oración. Lo recorre sin voz. En silencio, dejando de ser para llegar a ser. Dejando de ser el jefe de la sinagoga. Conjurando las contingencias del camino para llegar a ser donde las rosas crecen. Enciende su silencio para aprender el valor de la mirada, el valor de no tener voz. Invitado por Jesús a dejar de ver con ojos heredados y, comenzar a ver con ojos nuevos. La fe nos coloca de un modo más misericordioso ante cualquier realidad humana, sentida o experimentada; con una sensibilidad mayor para recibir todo aquello que la vida tiene de don.
“Solamente ten fe“, le dice a Jairo, y según vamos viendo, parece que la fe más que creer, es vivir. Dios y vivir son una sola experiencia pues sólo Dios es la vida. “El que me sigue tendrá la luz de la vida”, dice Jesús.
Al mismo tiempo que caminaba Jairo tuvo oportunidad de adentrarse en la vida de Jesús, adentrándose en su Misterio, en la sabiduría de Dios. Según va caminando Jairo, seguro
que va poniendo rostro al hombre que le enseña !El Maestro! Va en silencio sin pronunciar palabra; el silencio que educa también la mirada. Se trata también de fijar la mirada en aquello que posibilita la vida. Esa es la mirada de Jesús. Le pide Jesús la fe, que no se alimenta de explicaciones sino de espera y de miradas. Crecer en la fe no significa un adiestramiento catequético – Jesús no lo hizo -, sino ver la vida, acogerla, y medirse en ella.
Jesús le enseña al jefe de la sinagoga a encontrarse con el dolor sin hombre que nadie acompañe. Irrumpe sobre la marcha en el camino una mujer, avanza hacia Jesús como mujer que espera un parto. Se acercó pisando el suelo de su propia distancia ¡Temblando! Pero no cayó miedo de su rostro. Sólo clavó los ojos en el manto de Jesús. Ojos que El recibió y convirtió a esta mujer de cicatrices en Mujer de luz. Hoy sigue alumbrando la Misericordia de Dios. Jesús le trajo a la luz y a la historia.
Me viene a la memoria, como hablaba Edith Stein de la empatía. Tan distinta a esa empatía hecha de gestos, que se explica en tantos cursos de comunicación; la empatía, según la filósofa y santa, consiste en darse cuenta, en observar, en percibir la alteridad; acoger la existencia, la experiencia del otro como hizo Jesús con esta mujer. Decía la carmelita que “empatía es el acto a través del cual la realidad del otro se transforma en elemento de la experiencia más íntima del yo” No se trata de ser capaz de alegrarse o entristecerse si el otro está alegre o triste; sino ser capaz de vivir su alegría o su tristeza. La auténtica empatía no busca desencarnar la experiencia del otro, sino busca vivirla en su realidad, adquiriendo la “realidad” del sentir del otro. La hemorroisa pudo entrar en comunión con Jesús y los que la acompañaban, sin perder su identidad, gracias a la actitud empática de Jesús. Adentrarse en la experiencia del otro significa adentrarse en lo que nos lleva más allá de nosotros mismos; salir del propio mundo interior como el que le afligía a Jairo y encontrarse y sentir con la mujer que se acercaba a Jesús, en una apertura amorosa. Esta es la espiritualidad que Jesús le enseña a Jairo y a todos nosotros. Esta es la forma de cuidar que quiere Jesús. Curar y cuidar sin herir.
Las puertas de tu voz, Señor, abren la noche La hemorroísa logró comunicarse con lo incomunicable. Manos mudas que quisieron ser calladas, que tocan la orla y se lleva racimos de vida eterna. El viento dejó huellas de la mujer sin nombre.
Silencio que se puebla de voces
Un varón implora intensamente a Jesús para que traiga al alba a su hija; parece que no llega. Sólo en la oración, en el silencio, es posible vislumbrar lo que sucede en el alma. Muchas cosas estarían ocurriendo en el corazón del jefe de la sinagoga; seguro que la angustia y el miedo estarán bien presentes. Jesús le muestra su afecto: “No temas, solamente ten fe” le dice. Estaba situando al converso jefe de la sinagoga en la trascendencia; le estaba invitando a descentrarse de sí mismo, de sus intereses. Sal de ti mismo parece que le dice. Solamente ten fe. No me habla de mi hija, podía decir este varón; nada de mi angustia, nada de mi problema; solo mirar al infinito, “ten fe” como si eso fuera fácil; sin caminos, sin saber navegar por el mar que se abre; pero seguro que henchida la vela por el corazón de Dios por el corazón de Cristo que le acompaña: eso es lo que debió suceder. Jairo continúa en silencio, un silencio que se puebla de palabras y de vida. Silencio fértil que rompe la mano de una mujer tocando el manto de Jesús, él mira y escucha en silencio. Ese silencio, que te va dando unos ojos nuevos. Recuerdo a Casaldáliga en su oración que dice que “al final de mi vida abriré mi corazón lleno de nombres” Tantos nombres con los que hacemos experiencia, tantos nombres que hemos escuchado, a los que hemos tendido una mano ,a los que nos han alegrado, que hemos amado, que nos han amado… Solo en silencio podemos escucharlos.
Sea cual sea el instante Dios está presente queriendo plenificar nuestra vida. Todos los acontecimientos de este evangelio me recuerdan y me suscita el deseo de cantar el salmo 116, ”Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida”.
Este viaje nos habla también de saber vivir el presente convencernos que cada instante vivimos en la presencias de Dios. La certeza de que vamos en su presencia como Jairo todo el camino. Eso seguro que le ayuda a despejar el miedo, a ir dejando la angustia de qué pasará, el miedo a perder el brillo social que seguro lo tuvo, el miedo a decir la verdad sobre sí mismo. Seguro que quería tener ya la certeza de su hija, el futuro en un instante.
No temas. No hay que vivir en el futuro cargados de miedo; habita cada segundo acogiéndolo tal como es y siempre caminarás en mi presencia, parece que le dice. Cada instante es el lugar de mi presencia. “Cerca está el Señor de los que le invocan…. escucha nuestros gritos”. Sal 145
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