Deshojar el dolor:

 El rencor y la amargura

 

Recorriendo la vida sufriente  desde el evangelio de Jesús y la mujer adúltera JNn8, 1-12

 

Me dirigía yo en mi coche a llevar a una mujer maltratada por su marido al punto de encuentro para que la alojaran en una casa de acogida. Venia la mujer con una tristeza, un vacío, un miedo, con los ojos vacíos  y un desaliento que me sobrecogían. Al llegar al punto de encuentro y preguntarme  mi interlocutora ¿Cómo está? ¿Tiene miedo? Está devastada le dije, esta pobre, no tiene nada,  por no tener no le queda ni rencor. Es posible que lo tenga, me contestó la que le recogía,  el rencor está silente, como dormido pero activo,   se ha ido haciendo al ritmo que su maltrato y dolor no procesado, y para curarse, tendrá que despertarse. ¡Me dejó perpleja! ¡Como consecuencia  de que te hagan sufrir, produces tú, tu propio sufrimiento!

¡Las víctimas son las preferidas de Dios!  Se repite en la iglesia. Pero, ellas no lo saben, no lo gozan! Es algo que produce en mí un profundo desconcierto, algo que no puedo significar con sentido,  lo que más me ha costado entender en la reflexión de este evangelio. Que los abusados maltratados tengan que tener el coste  de vivir una vida de dolor que  pueda conducirles al rencor y la amargura. ¿Dónde está la misericordia de Dios? ¿Por qué, si son víctimas de personas malas?   Se lo he dejado a Dios porque yo no lo entiendo. Me ha preguntado  qué responsabilidad tenemos en sus mortecinas vidas los que miramos, conocemos y sabemos, en silencio

Viven todo esto en soledad  sonora, pero no escuchamos Tienen que empujar los espantos del alma, y no pueden crecer a contrasol. Todo está confundido menos la memoria de su dolor.

Es una realidad que abraza a todas las preguntas de la fe.

 

Cuando llevaron en este pasaje los judíos a la mujer adúltera al templo y preguntaron a Jesús, y  no contestaba nada. Jn 8,3-7, me preguntaba yo, qué estaría pensando y viviendo en esos momentos la mujer, si estaría asustada, rabiosa, llena de odio contra ellos, con rencor a la vida porque como mujer  ¿Qué podía esperar? Y al hilo de eso me pregunté por el rencor de los desdichados y de los que no lo son, qué papel juega en sus vidas  en sus relaciones humanas y su  relación con las otras personas y su relación con Dios.

 

¡No hay que ser rencorosos!  Se nos enseñaba de pequeños. Pero el rencor no es un acto de voluntad del que se pueda entrar o salir por las buenas y sin más. Ni es sólo un problema moral.

El rencor elabora una forma de vivir profundamente dañina para el que lo padece, aunque apenas lo note; y más grave, el rencor inexpresado del maltratado, de cualquier maltrato es un veneno que regala el que hace daño y lo planta como semilla en el corazón de la víctima. No es responsivo, se fragua en la impotencia y en el silencio. Es la acumulación de un desprecio que revienta.

El rencor tiene muchas derivadas en la vida, todas nocivas para quien las padece. Es un mal que si se da, permanece vivo   mientras no se afronte su raíz y dinamismo.

A toda o todo maltratado abusado, le cambia la vida, deja de ser quien era, para ser otros, más desgraciados. ¿Quiénes podrían haber sido si esto no les hubiera ocurrido? Esto nunca lo sabrán. Por lo que es una carga muy pesada de llevar. Y una responsabilidad muy grande para el que mira a otro lado

 

Las fuentes del rencor son muy diversas, casi siempre es fruto de una herida “mal curada”  por lo que se hace necesario deshojar el dolor para salir de ello, pero hay más causas, heridas de otra índole, la envidia por ejemplo.

El rencor como la amargura son sentimientos que te privan del banquete del amor y te arrancan de las relaciones fraternas. El poder destructor de la confusión emocional, es grande. Conocer en qué enredadera se agazapan nuestras emociones, cómo nos engañan  nuestras creencias sobre nosotros mismos y lo que vivimos, evacuar todo el dolor soportado pero no dolido, se puede hacer, nos dice este pasaje ¡Quiero creerlo!

 

.” Pregunta Jesús: Mujer ¿nadie te ha condenado? Jn8,10. Una manera de invitarnos a nosotros que lo leemos a ver en nuestra realidad existencial  todo lo que  se está viviendo dentro que nos está dañando. Nos invita a encontrar el hilo de Dios que lo ha atravesado, enhebrarte en él. Tirar de ese hilo y tejer otra historia,  pero ¿podemos? ¿Pueden todos aquellos que han sido profundamente lacerados por las distintas violencias, sexuales, físicas, sicológicas, de poder, de desprecio de abuso espiritual….? Teresa de Jesús ,cuyas «Moradas» leí  a la par que este evangelio nos invita a mirar la riqueza del alma, nos habla también del rico patrimonio interior humano,  hay que volverse hacia adentro, a nuestro interior,  mirar,  y descubrir su hermosura y dignidad a pesar de la negrura de la experiencia. ”Hay otra cosa más preciosa sin ninguna comparación dentro de nosotras que  lo que  vemos fuera”. Tal vez las personas atormentadas por sus vidas,  el hecho de poder encontrar la grandeza de su alma pueda ser un camino de liberación: ”Poned los ojos en vos y miraros al interior” y nos advierte a No tener miedo a nada que encontremos dentro, la santa también se encontró con cosas desagradables en el interior de su corazón. “Cierto, veo secretos en nosotras mismos, que me traen espantada y ¡cuántas mas debe de haber!” Decía ella.

Cuándo Jesús dijo a la mujer ¿Dónde están todos? Entendí también  en ello una invitación a descubrir cada uno la cruz que le crucifica.

  Todo maltrato y abuso, en sus distintas gradaciones esculpen en las víctimas, alguien y algo que no son y, les puede arruinar su vida. La experiencia les lleva con frecuencia  a una incapacidad para amar y ser amados. Todo rencor no abordado dificulta abrirse al amor de Dios que llevamos dentro, lo acorrala.

Los abusos reducen a cenizas las raíces amorosas de las personas que lo padecen. Me recuerda el salmo  y a él acudo con frecuencia:

“El inocente se encorva triturado y cae por la violencia de los perversos”….”Se han llevado la compasión, la ternura ¿Qué más se pueden llevar”

 

Entre los grupos humanos es muy común hacer el vacío a alguien para dar a entender que no es nadie. Es una forma de violencia moral y sicológica, una expresión de crueldad que algunas personas o grupos creen tener derecho a desplegar: Equivale a la eliminación simbólica de alguien. La indiferencia  dentro de un grupo es una agresión sicológica. Percibir que no somos amados y somos despreciados es la esencia de la inhumanidad. Esto, hoy, está a la orden del día, es una violencia extendida absolutamente negligenciada en la iglesia, es más, ella lo práctica con quienes no son de su agrado.

El rencor, creo que en mi catecismo contaba como pecado venial. No es banal el rencor, ni un asunto menor, y este problema no se resuelve, confesando y tres avemarías, que esto además reproduce una moral conductista, vacía de humanidad  en su forma de entender el mal y resolverlo. La moral no puede estar ausente de la ética. ¿Dónde queda en la víctima de nuestro mal, la dignidad que los afirma como merecedores de respeto?

. Para ir deshaciendo el rencor hay que  seguir la pista que nos descubre ese sentimiento, escucharle cuando se manifiesta, en qué decisiones, en qué pensamiento, en qué opiniones, en qué desazón… seguir la pista y deshojar su dolor. Es  algo así como seguir su reguero de “pólvora” porque es pólvora que dinamita la vida y nuestra felicidad.

Dios está aguardando al otro lado de tu situación de rencor. Aguardando, no rechazando.

¿Qué llora todavía dentro para no olvidarlo? es una buen pregunta que nos podemos hacer.

El rencor es también un profundo miedo a la vida. Donde hay mucho miedo queda poco espacio para el amor.  El odio que es otro escalón del rencor, transciende la maldad personal, es el que busca el daño de los demás, daña profundamente el tejido social. Quien tiene miedo le resulta  fácil odiar.

El rencor también es fruto de una vida ilusoria por no aceptar la propia realidad y esperar de ella lo que no te puede dar. ”El rencor es una ambición mal curada” decía Cortázar en Rayuela. La envidia es un semillero de rencor. Yo nunca oigo a los obispos ninguna mención al problema de la envidia.

El rencor lleva en el alma una chispa vengativa de rechazo, una huella dolorosa, una herida real o ficticia que te enfrenta a la vida con una punta de venganza, de desaprobación, desaliento, que te hace procesar la realidad con una puntita de cuchillo.

El rencor es una rabia “en diferido”.

 

El rencor no es sólo un problema moral, afecta a todo el siquismo humano y a la capacidad de vivir. Siempre tenemos abierto un camino para liberarnos de él, pero no siempre somos capaces. No se reduce el problema con un arrepentimiento, que no es poco. Tiene un tono en la vida,  de descontento con todo, bastante más complejo. El rencor está muy presente en nuestra vida y es un arma de doble filo que nos hiere a nosotros y al mismo tiempo hiere la vida. Si no curas tus heridas sangrarás sobre personas que jamás te hirieron. Cuando Jesús sudó sangre en el huerto y  quería  que pasara el cáliz de “la amargura”, ¿no estaría diciendo a Dios no quiero que se apodere de mi ni el rencor ni la amargura?

¿Se puede desarrollar un camino espiritual, al margen de las ciencias humanas o realizar la salvación al margen de la vida?

 

Con la oración abrimos un espacio a Dios en nuestra humanidad, por tanto en el mundo; y nos dota de lenguaje para poder afrontar el sentido. Es frecuente que en  las experiencias de abusos te quedes mudo. Tu refugio sea el silencio y esconderte. La ausencia de lenguaje priva al sujeto de realidad y lo llena de vacíos. El dolor que no se llora como me decía la colega que cuidaba de mujeres maltratadas se pudre, tarde o temprano sale  al encuentro su podredumbre. Es inasumible la frivolización del Presidente del episcopado español sobre los abusos, y agresiones sexuales que ha hecho en sus últimas intervenciones, y su banalidad compromete a los creyentes.

Maltrato es  también el insulto, el bulling, la calumnia, la difamación, la estigmatización, el desprecio  que se puede sufrir en el colegio, en la iglesia, en el trabajo, amigos y compañeros, en casa,  destruye muchísimas vidas y es la primera causa de suicidio en la infancia y adolescencias. Es una experiencia muy presente en nuestra sociedad, y yo sólo oigo a los obispos mediáticos hablar de sexo, para machacarlo. O metidos en jardines sobre el género. Está explotando la vida de miles y miles de personas, no hay una reflexión serena ni una ponderación dentro de la iglesia de este mal que se hace. !NO está en las agendas de los obispos! Y además creo que viven en un estado de aversión, a la vida que no sea la de ellos que rechina.

El punto de partida del encuentro con Dios  es la experiencia de la vida. También el rencor, también la ira, también el miedo es experiencia, podemos hacer de ello, ocasión de encuentro con Dios. “La grandeza de un hombre no se mide  por el terreno que ocupan sus pies, sino por el horizonte que descubren sus ojos”  José Martí.

No se sintió la mujer adúltera en la parte más baja de la escala humana, la de ser despreciable, no se tomó el rol que la atribuyeron. No dejó que la  amenaza que venía de fuera tomase protagonismo en ella, y desde ella misma y no cayó en el  auto rechazo. El gran milagro   que se produjo en esta escena fue que la mujer se liberó de la violencia de la mirada, de la condena que hacían de ella. Se liberó también de sus propios ojos punitivos.

Jesús en la liberación de esta mujer, anuncia una nueva ética, una nueva moral, que es un cuestionamiento radical desde las no personas, desde los sufrientes, desde los que han visto negada su condición humana, desde aquellos que forman parte del sufrimiento inútil, de los que se consideraron insignificantes, prescindibles, inferiores, desde los que se les ha negado la palabra; ello  implica encontrar otras claves para analizar la realidad y dar respuestas distintas

¿Nos atrevemos a tomar en serio lo que este evangelio significa?

Ante el dolor no merecido, antes hablaba de mi perplejidad ante él. Vivir aguantando la inquietante y pertinaz realidad, que la razón se niega a comprender es un desafío que no pasa por la resignación o el qué se va hacer. La resignación para las víctimas, tan recomendada ella, no es el camino, porque está gobernada por el derrotismo, seguir igual y renunciar a vivir mejor, a no ver horizontes y acostumbrarte a no desearlos. Es además un semillero del rencor. El rencor es un precio que pagamos cuando no elaboramos la frustración, la decepción, la impotencia. ”Hay que mostrar la indignación para que el  rencor y odio no se instale en nosotros” Dice el místico jesuita Frank Jalics. Facilitar a las víctimas que expresen su desgracia, que acusen, que señalen es un deber moral y ético. Llevan una carga de dolor  inmerecida

El sufrimiento no merecido es en última instancia un hecho misterioso, decía mi profesor de Antropología médica e historia de la Medicina Laín Entralgo y citaba a Garcilaso de la Vega: “¡Eternidad insondable, eternidad del dolor! No podrán quitar al hombre su dolorido sentir pero progresará maravillosamente la especie humana y se realizarán las más profundas transformaciones”. Y continuaba Laín: “Esto de Garcilaso, para mí ,no es un absurdo, sino un misterio, a la vez iluminador e impenetrable, y trato de situarme en la vida, como si la injusticia pudiera borrarse de la faz de la tierra, y el dolor  inmerecido”. Yo me apunté a su propuesta.

Jesús era un hombre afectiva y radicalmente preocupado por el dolor de la humanidad, sobre todo por aquel que llevaba una carga de humillación ,y  Jesús llega al fondo de la existencia humana, un hombre que también sufrió la humillación y el desprecio y la máxima brutalidad: fue crucificado.

Yo intento ser testigo del dolor de los seres humanos, con una esperanza desaliñada, con mucha determinación y no menos perplejidad, con enorme impotencia, con una confianza entreverada que a Dios se la entrego.  

“he venido a sacarte de ti misma y llevarte al corazón. He venido a poner de manifiesto la belleza que nunca supiste que tenías y elevarte como una oración hasta el cielo”.  Rumí. Quiero creerlo que esto puede suceder en las almas atribuladas, profundamente heridas, a Dios se lo pido.

Traigo para terminar, a un poeta saharaui, pueblo olvidado y maltratado, cuyo canto y poesía me emociona y evoca el poder de la vida dentro de la carencia y el arrebato de su tierra. Su esperanza me conecta con Dios y con el mundo en este terrible mal que es el dolor inmerecido, y me ayuda a ponerme de parte de la vida como las mujeres que conocí  que cuidan de mujeres víctimas de violencia machista que sacan de raíces malas, flores del bien.

 “Aunque no tenemos la  vegetación ,ni los manantiales, ni los oasis

Esa ausencia  no desterró  el verdor de nuestros ojos

No nos amarró con la cadena del desaliento”  Moulud Yeslem

 

 

 

 

 

 

 

 

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