Es muy frecuente, demasiado, escuchar en homilías cuando quieren contar algo de Jesús, decir que: “Jesús hizo milagros” y algunos añaden “expulsó demonios y todo eso”. Y después continúan hablando de otras cosas, como si el milagro o los signos en la vida de Jesús no tuvieran un significado de interés para el momento. ¡ Qué peligroso es simplificar!. Nos privan a los que escuchamos de la maravilla que se narra en ese milagro que es el encuentro de Dios con el ser humano, y del carácter maravilloso y sorpresivo de los signos, curaciones de Jesús que al menos para mí lo siguen siendo hoy. Los signos de Jesús que son revelaciones de la presencia de Dios en la historia. Pero ¿qué es la presencia de Dios? La última vez que escuche esas simplificaciones fue en la narración de la curación del enfermo de Betesda, según San Juan, en un resumen apresurado y escueto, sin contenido, rozando lo banal. Aparte de la incomodidad que me supuso, después en casa recordándolo se abrió ante mí un espacio de silencio fecundo a partir de la pregunta que Jesús hacía al enfermo. ¿Quieres curarte? Sólo esta pregunta pobló mi mente de experiencia y mi corazón vibró, en contraste con esa simplificación tan peligrosa de la vida y del misterio de Jesús que había escuchado. El evangelio es una escritura que tiene como sujeto la acción de Dios. Merece un respeto. Así lo creo yo.
“Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús lo vio acostado y, sabiendo que llevaba allí mucho tiempo, le dice:¿Quieres sanarte? Le contestó el enfermo Señor, no tengo a nadie que me meta en La piscina cuando se agita el agua. Cuando yo voy, otro se ha metido antes. Le dice Jesús: Levántate, toma tu camilla y camina. Al punto se sanó aquel hombre, tomó su camilla y echó a andar”
Se alza en este pasaje la voz honesta, sin fractura de Jesús ante el cuerpo del enfermo encadenado al paisaje de violencia normalizada que era el sistema de pureza e impureza o sea del sistema de exclusión de los judíos. Vemos como Jesús en este pasaje atraviesa ese sistema y se dirige a pesar de la prohibición, a la persona, no a un menesteroso, no al ocupante de una camilla. Dice el evangelio que “Jesús lo vio acostado y sabiendo que llevaba mucho tiempo, le dice ¿Quieres curarte?” La pregunta tiene eco en mí y lo primero que me evoca es el profundo respeto de Jesús por el ser humano, por el menesteroso, por la vida! Me admira. Compruebo que es una tónica general de su estilo de comunicación, y de relación. Me doy cuenta que entre las virtudes cristianas que me enseñaron de pequeña nunca estaba el respeto como lo ejerció Jesús, ni tampoco como una cualidad de la vida y las relaciones. Ya en este tiempo, nunca lo he oído en una predicación. El respeto es una gran virtud. Sin respeto no puede haber amor. El respeto hace que cada cual tenga la posibilidad material y moral de ser por entero humano. Un discípulo de Jesús debe ser un cultivador del respeto que en lo que se refiere a las relaciones humanas es no sustituir las vivencias, las experiencias, las decisiones, la libertad, de otro ser humano; respeto, que es no negar el espacio de vida de otro ¿Quieres curarte? Jesús hace silencio y espera la respuesta. Pero no llega al enfermo con su corazón vacío. Antes de la pregunta, ha pasado toda la vida de este varón por los ojos de Jesús. Dice el evangelio que Jesús lo vio postrado, y que llevaba 38 años. No es una cifra sin significado, o un dato al azar, me parece a mí. 38 años recrean el espacio y el tiempo de la experiencia de abandono de todo, con toda la huella del rechazo que el tiempo deja. La experiencia de no ser nadie. Ese miserable estado de dolor, humillación y vergüenza. Para iluminar mas esta situación, dice el evangelio que este varón yacía junto a la puerta de los borregos, que es la puerta por donde entraba el ganado a la ciudad. Allí “yacían una multitud de enfermos” Era también la puerta de la miseria, el estigma y la injusticia. Jesús se plantó ante toda la desgracia humana que yacía en esa camilla, no como un espectador. Caen los ojos de Jesús sobre él, que miran con la misma perspectiva de Dios creador, quiere hacerlo vivir, hacerle justicia. Dios sólo se relaciona con la vida
Llama la atención que Jesús no le pide la fe, ni le pregunta por ella. Le pide el consentimiento. De nuevo me admiro, gran sensibilidad y determinación la de Jesús. ¿Desde cuándo un impuro (un excluido) puede ser interlocutor de nadie, tomar decisiones? y sin embargo sus deseos, su vida, sus anhelos, le interesan a Jesús. La pregunta, como toda pregunta, le da pie al enfermo para que haga aflorar su vida y sus sentimientos. Pero sobre todo creo yo que ocurre otra cosa en esta relación que Jesús entabla con este impuro, haciéndole la pregunta: le da la vuelta Jesús a la dinámica del poder que había en su tiempo, al pedir el consentimiento pasa el poder a la persona preguntada. Jesús empodera a las víctimas. Hace trizas al sistema de exclusión que entonces imperaba, un cuestionamiento de aquella mentalidad, las leyes de la pureza y de la estigmatizaciones de la enfermedad; por tanto de los privilegios de unos sobre otros, que hoy se mantienen y multiplican generando graves desgracias. Toda relación de fuerza y de poder no deja ninguna esperanza para la justicia. Jesús abre a este desgraciado un espacio donde pueda ser un ser humano, hablando de sí mismo. Siendo interlocutor de Jesús. Y Jesús en silencio atendiendo, esperando la respuesta. La justicia de Dios expresa el valor de la legítima alteridad
¿Quieres sanarte? Podría parecer una obviedad, la pregunta parece muy simple. Pero hacérsela a quien lleva postrado 38 años. No parece tan sencillo
Las preguntas siempre nos obligan a ir a nosotros y más allá de nosotros mismos. Nos dejan abiertos a la verdad, ante nuestra verdad, y nos abren a Dios, como así le ocurrió a este enfermo. Frecuentemente pienso que la pregunta es el comienzo de la fe., Pensar obliga. Tuvo que sorprenderse mucho el enfermo por la pregunta. Parece tan obvio que quiera curarse. Por ello para mi tiene mucha más relevancia. La pregunta ayuda a tomar conciencia, despierta la vida y ante Jesús este varón le hace recuperar el sentido de ser, la dignidad que ha perdido, la dignidad que le han quitado. Le da Jesús la oportunidad de aceptar o rechazar. Le abre la puerta de la libertad. Sin libertad no hay persona humana. En un ambiente tan opresivo como era donde estaba situado este varón el milagro el signo, creo que tiene que ver mucho con la libertad. Esto me hace preguntarme por el contenido de mi libertad en la iglesia y por la propia libertad.
Otra reflexión que me surge ante la pregunta de si quiere curarse es que Jesús le pide lo poco o lo único que puede dar el ser humano a Dios, lo que le pidió a María, su consentimiento. Aquí se repite la misma dinámica que en la encarnación n. Otra estela del estilo de Dios que no se impone, Dios se dona.
Jesús descubre el único espacio de libertad que tiene el desgraciado, y de él hace la piedra angular de su relación. Abre para él y por extensión a nosotros, un espacio de gracia, una relación y un campo humano pendiente de germinar. Le pide el consentimiento que es una especie de bucle infinito, que crea un espacio de seguridad básica en una relación para que puedas expresarte y decidir. Pero creo que también lo hace porque no hay fe y encuentro con Dios sin libertad. Y va a necesitar la fe, fiarse de Jesús, para levantarse. Le pregunta, porque no hay fe sin verdad, o sin verdad del corazón es muy difícil la fe. Le pregunta porque confía en el ser humano, sabe Jesús y así nos lo hace saber, que el ser humano, el más degradado como este pasaje nos muestra es más infinito que su destino. Aunque hagan falta 38 años para darse cuenta de ello. Preguntar es llamar a existir. Pero sobre todo, Jesús le anuncia al enfermo y a nosotros, el misterio de la gratuidad de Dios
Jesús se enfrentó a los problemas de su tiempo a cara descubierta, sin más armas que su desmedido amor. El amor consiste en dar futuro, como el primer abrazo de una madre a su hijo. El amor que tanta dificultad tienen las víctimas y excluidos en reconocerle y reconocerse en él. En esta relación que establece Jesús con el paralitico, con su pregunta a mi me invita a abrirme, a descubrir y comprender cuan hermosas y diversas somos las personas.
Preguntar significa también estar dispuesto a aceptar la respuesta. Otra actitud admirable de Jesús. Nos hacen asumir muchas cosas sin preguntar, dentro y fuera de la iglesia y esto daña profundamente nuestra dignidad y nuestra libertad. No es la pedagogía de Dios. La pregunta y el consentimiento son un acuerdo mutuo que se desarrolla a través de la comunicación y el diálogo que sólo surge desde el respeto, y que practicándolo conduce a una sociedad más libre y justa. Y por extensión también a la iglesia. Jesús así proclamó la justicia de Dios. Con profundo respeto y queriendo que digamos nuestra palabra y que cuente. Los hombres y mujeres de su tiempo experimentaron su amor así. Me invita este pasaje a escuchar el latido de la vida, también de sus plurales y diversos tonos.
La pregunta nunca puede ser un examen, ni para aprender algo de memoria, tiene que ser experiencia y exige hacer silencio para que aflore toda la vida que se lleva dentro, y escuchar con respeto.
Vuelvo a la experiencia que me llevó a reflexionar esto. La de escuchar cómo se resumen los milagros de Jesús y buena parte de su vida diciendo “hizo milagros y todo eso…. El espacio en blanco aquí, en este pasaje entre un versículo y versículo está lleno de eternidad que se desgrana segundo a segundo. El evangelio para acoger su semilla requiere una escucha sosegada y respeto mucho respeto por los que le escuchamos, para que nos sorprenda lo inesperado y hermoso, no aplastar el misterio con la simplificación o con el adoctrinamiento, y dejar que el evangelio respire, que se realice en el tejido mismo de quien escucha. ¿Quieres curarte? En esta pregunta Dios y el hombre se abrazan. Bien merece un larga oración..
Aunque no fue motivo de reflexión en este evangelio por que fue anterior al coronavirus, hoy escucho la pregunta de Jesús a la sociedad y a la iglesia ¿quieres curarte? Las dos están profundamente enfermas, la sociedad con su culto al dinero y al individualismo, generando la mayor injusticia sobre la mayoría de los seres humanos en toda la historia. Y la iglesia incapaz de salir del culto autorreferencial sus privilegios sus dineros sus codicias sus ansias de poder, tan lejos del evangelio, en sus enseñanzas y comportamiento de su jerarquía, y de buena parte del clero, la iglesia se muestra incapaz de conjugar la fe y la justicia., persiguiendo el ateísmo en las ideas, cuando la violencia y la injusticia ejercida dentro y fuera de la iglesia es la verdadera negación de Dios. Atrapada su fe en las mallas de una identidad cultural construida sobre relatos muy lejos del evangelio. La salvación no es ajena a la historia. Creo que no se puede separar fe y justicia. El coronavirus una enfermedad de personas está ocurriendo en una sociedad y una iglesia profundamente enfermas. ¿Quieres curarte? Este tiempo del coronavirus es un buen momento para emprender ese camino. Jesus espera una respuesta como con el paralitico.
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