Es tiempo de bondad

Del evangelio de Juan 6,1-15 “Jesús dio de comer a 5000” 1[i]

Con demasiada frecuencia nos aferramos a nuestros esquemas mentales, conceptos, ideas, formas de entender el mundo que hemos aceptado y jamás las hemos revisado, muchas convertidas en prejuicios y ahí están  determinando nuestra vida, acotando nuestra capacidad de ver la realidad. Son un obstáculo para poder ver  lo que hay más lejos y fuera de nosotros, para ver distinto, para relacionarnos. Nada nos sorprende, nada nos asombra, nos hemos conformado a vivir en un pasar, en una costumbre, a veces profundamente nociva; incluso la religión con muchísimas de sus normas puede recortar nuestra capacidad de mirar; con ello se recorta nuestra capacidad de ver y esperar, con ello limitan el vuelo del espíritu porque cierran el horizonte. Cierran el cielo. Todo ello condiciona una forma de estar en la vida, a veces poco evangélica. A veces son unas enseñanzas acabadas, verdades que no admiten otras miradas que son inmutables, que son excluyentes; sólo lo nuestro vale, sólo lo nuestro es digno de Dios. El evangelio convertido casi en un cuento, siempre secundario a las normas canónicas. Estas actitudes nos meten en un profundo inmovilismo y superficialidad muy alejados del espíritu evangélico, con una cultura religiosa sedentaria llena de pasividad y acomodo, que ha perdido la capacidad de asombro, y nos limita nuestra experiencia de búsqueda, nuestra necesidad de encuentro, nuestro deseo y posibilidad de caminar, también, de ir más lejos y situarte donde no hay lugar ni agarraderos, el lugar sin lugar, que es donde mejor se escucha al Espíritu. ”Cuando la palabra de Dios, la Eucaristía, la Comunión, dejan de ser misterios en los que entrar, se convierten en saberes almacenados,  ritos y normas que hay que cumplir, nos alejamos de Cristo “dice Monseñor Agrelo

Dice este evangelio en su comienzo que “Jesús pasó a la otra orilla del lago de Galilea-el Tiberiades-”. No dice dónde, y creo que no es por descuido que Juan lo omite, creo que quiere sacudir nuestra mirada, prepararnos para ver más allá de la apariencia de las cosas, creo que quiere prepararnos para ser receptivos al Misterio, descubrir la bondad y la belleza en lo más sencillo. Es el cuarto milagro que realiza Jesús: “Da de comer a 5000” y el relato es extraordinario, maravilloso; desde el principio el evangelista está ya horadando nuestra mirada, horadando nuestro corazón, para decirnos que levantemos la vista .Dice el evangelio que Le seguía un gran gentío pues veían las señales que hacía con los enfermos” Tal vez el relato no se encierra en ningún horizonte, porque lo que va a ocurrir nada lo puede contener,  va más alto, más lejos de lo que somos capaces de ver y requiere mirar de otra manera, mirar con libertad alejados de lo acostumbrado y por qué no, libres de prejuicios y anteojeras. Tal vez pretenda que nos quedemos en vilo, a la intemperie desnuda, y a despertar los ojos, porque lo que va a acontecer va a estar determinado por una mirada.  Estamos en algún lugar y nos invita a decodificar todo lo que sigue, a desgranarlo y poder saborear la experiencia que narra y sepamos gustarla. Pero sobre todo cuenta con nosotros para que sepamos alumbrarla. Alzar los ojos de lo que aparentemente se ve y encontrar dentro de ello la luz que permanece y no se extingue.  Me invita a escuchar el evangelio como si fuera la primera vez que lo leo, dejando que caiga en el corazón como cae la semilla en la tierra, porque sólo así, creo que veremos su luz y gustaremos su espíritu. Acudir al evangelio con los ojos como una cuartilla blanca en la que Él escriba; es muy difícil, requiere aprender a escuchar. He comprendido que cada pasaje del evangelio es infinito en su sentido e interpretación porque infinita es la palabra de Dios. Es inagotable, y cada tiempo la recrea con una nueva esperanza, es inabarcable   la palabra de Dios  porque es su vida y exige una gran libertad y humildad para escucharla, sin ellas no se escucha al espíritu.

Entendí en el comienzo que la forma de mirar iba a determinar lo que se narraba. Se nos invita a mirar con los ojos y el corazón liberado, es decir sin normas ni prejuicios para no ponerle cerco a Dios. El papa Francisco ha dicho hoy en el Ángelus, unas horas antes de que le intervinieran en el hospital: “sin apertura a la sorpresa de Dios, sin asombro, la fe se convierte en un letanía cansada y lentamente se apaga”. Igual me parece que ocurre con el evangelio si tiras de la costumbre y lo sabido y con la vida si tiras de prejuicios.

Otra cosa que me llamó la atención al comienzo fue el título:   ”Da de Comer a 5000 hombres” tan distinto al muy conocido como ” la multiplicación de los panes y de los peces”. Por lo que enseguida pensé que San Juan más que poner los ojos en el milagro quería que pusiésemos los ojos en los hombres y las mujeres, la multitud que le seguía porque el evangelio subraya las interacciones que se desarrollaron y las relaciones entre los presentes y la experiencia cósmica y universal que sucede. Con un interrogante que creo que nos lanza ¿Cómo nos situamos nosotros ante las necesidades humanas, en concreto las necesidades de comer, respeto y de recibir amor? ¿En qué Dios creemos y esperamos? ¿Cómo nos situamos al escuchar el evangelio, lo llenamos de prejuicios o nos liberamos y dejamos que se derrame el Espíritu? Cada latido del evangelio bombea mil enseñanzas, mil experiencias…

Una experiencia que no la sitúa en ningún lugar, se hace concreta en nosotros y nos remite a nuestra forma de estar al lado de la gente y con la gente. Al lado de Dios. No somos ajenos a sus vidas. El titulo te orienta ya a una responsabilidad ética con todos los seres humanos, y a dejar atrás  todo andamiaje, todo lo aprendido, para escuchar a Dios, a Dios en sus criaturas. A Dios en Cristo Jesús. El paso a la otra orilla con la que se inicia la narración me invita a hacer un viaje, sin muletas  para escuchar sólo  el rumor de Dios. Que me dé el don de saberle recibir

Dos versos de Neruda  me ayudan a adentrarme en ello: ”Sólo vi el rumor del cereal, sólo tuve oídos para el viento”.

Dice el evangelio que “Jesús viendo el gentío preguntó a Felipe ¿Dónde compraremos pan para que coman estos?” Estaba sentado en el monte disfrutando con sus discípulos y sin embargo miró a la gente que le seguía, se fijó en ellos. Me pregunté qué sentiría Jesús al verlos que fue capaz de desencadenar el posterior milagro. Me conectó esta pregunta con el concepto de Empatía que tiene la   Carmelita Edith Stein. La empatía según la filosofa y santa consiste en darse cuenta, en percibir la alteridad, acoger la existencia, la experiencia del otro; “es el acto a través del cual la realidad del otro se transforma en elemento de la experiencia más intima del yo”. No se trata de ser capaces de alegrarse o entristecerse si el otro está alegre o triste, sino ser capaces de vivir su alegría o su tristeza. No es sentir lo que el otro siente, sino sentir que el otro siente y que ello será el origen de un acto: el encuentro con el otro. La empatía como una vivencia, la empatía como reconocimiento de las personas. La autentica empatía no busca desencarnar la experiencia del otro, sino que busca vivirla en su realidad del sentir del otro. Un acto de profundo amor y conexión intima. La filosofa y copatrona de Europa  concibe a la persona como ser en apertura, abierta hacia dentro de sí, a su interioridad, y abierta hacia afuera.

De la concepción de  empatía de la santa se deriva una ética del sentir, del querer y de las relaciones. La empatía de Edith comprende al ser humano en su ser relacional, de ahí la implicación ética, que proporciona un sentido a la existencia común, dejando atrás la concepción individualista del hombre  y adentrándonos en la experiencia común. En todos los pasajes del evangelio de Juan se desprende un perfume que proporciona un sentido a la existencia común. De los 5 panes y los dos peces del muchacho abrió Jesús un universo alimentario de amor y fraternidad. Abrió de par en par  las puertas del pan universal. Este pasaje por tanto, nos enseña a comprender el bien no como propio y ajeno, sino como bien común. La empatía interesa en cuanta vivencia propia que implica una experiencia de la conciencia ajena, que se origina, no en la imaginación, ni en el exterior, sino en el ámbito mismo de la conciencia, en un proceso ético. Es un acto sin precedentes lo que realiza Jesús con los panes y peces del muchacho para hacernos comprender  el bien no solo como propio y ajeno sino como bien común. La empatía de Edith es interrelacional, no es de complementariedad porque nadie pierde su individualidad, es de creación de una nueva realidad por ese encuentro. Y en eso consistió este evangelio. Un bien que no estaba ahí, sino que se presenta como bien en el darse y en el recibir. En eso consistió el milagro. Si nos miramos en nuestro mundo, desde este evangelio, el bien del otro no es solo tolerable y aceptable sino que el bien del otro es una condición sin la cual no se puede entender el bien propio, es decir, mi bien no puede realizarse sin tu bien. Para los cristianos  entender esto es muy importante, sobre todo por la reticencia que tenemos  a aceptar el bien que hacen los otros  que no son de los nuestros; los rechazamos, con  el odio no infrecuente; no olvidemos que el odio es la no aceptación de las personas como son, todo lo contrario que lo que plantea la santa con la empatía.

Si observamos lo que ocurrió con los panes y los peces del chico en las manos de Jesús podemos afirmar que nos está enseñando que El amor que Dios nos infunde es creativo, da lugar a otro amor. Si esto no ocurre en nuestra vida, no digamos que actuamos desde los valores cristianos. Lo digo porque me preocupa cómo rechazamos e incluso combatimos a los que presentan leyes y proyectos para mejorar la vida de los que menos tienen. Jesús repartió, distribuyó los panes y los peces del niño a todos sin excepción.

Siguió hoy diciendo el Papa Francisco que ”Dios habita en la cotidianidad que habita en los gestos de un simple hombre y ese es el escándalo de la Encarnación” si los judíos no le comprendieron entonces, los cristianos hoy parece que tampoco; vivimos un tiempo de desprecio al diferente (sexo, ideología, raza, opciones de vida…. Religión, empobrecidos); en una palabra, sin que nuestra fe tenga ninguna proyección en la vida. Indiferentes si no agresivos o reticentes, ante el grito de los débiles que no sólo piden pan, piden justicia y consideración. Asistimos a una gran pérdida del sentido de la humanidad. El ser humano crea sentido con sus actos, si estos son de rechazo y exclusión, sembraremos odio. Las implicaciones éticas de este evangelio hoy, son compromisos concretos, derribando lo que destruye la vida, desactivando todos los discursos de odio, ampliando las mesas de comida, dialogo y entendimiento. Debería de haber una catequesis para derribar los prejuicios. Este evangelio es una invitación también a abrir la conciencia a la complejidad, a ser sembradores de estrellas, no de oscuridad, a poner luz en los acontecimientos, a establecer puntos de encuentro, a  hacer visible la huella de Dios en la vida de cada ser humano.

Jesús percibió la dentellada del que tiene hambre y  la necesidad de ser amado, lo supo desde el fondo de su corazón.  El acto empático presupone una autopercepción, un saber de sí y no una mera sensación. Es un acto de conciencia. Tan lejos como estamos de Dios, lo estamos de nosotros mismos, la verdad es que  vivimos sólo de puertas afuera. Este evangelio nos invita también a aprender sobre uno mismo, entender el mundo que hacemos, saber quiénes somos realmente y cómo queremos situarnos sobre todo en los contrasentidos que creamos y de lo que nos rodea, cómo nos situamos realmente ante Dios.

Jesús recibe los 5 panes, los recibe como un don y como un don los entrega y florece el milagro y; el hecho extraordinario que sucede (de ello comieron 5000) nos revela la gratuidad de Dios, un Dios sin condiciones, por lo que el don de Dios no se trata de defenderlo, ante otros,  ni de imponerlo, ni de ganárnoslo, se trata de acoger, y repartir la bendición con gratitud. Nos revela igualmente que nuestra certeza no proviene de la costumbres, que la seguridad no proviene de  del ser de las cosas,  ni de nuestras creencias, nuestras obras piadosas, ni de cuantos conocimientos tengamos, ni de si sólo tenemos cinco panes y dos peces; proviene del amor, la ternura y el cuidado de quien nos sostiene y que es siempre providente con nosotros. Por lo tanto no se conquista, se recibe; y la receptividad será una cualidad del corazón. A eso nos invitaba San Juan al situarnos en un lugar desconocido, nos invitaba al asombro porque las enseñanzas iban a desbordar nuestras certezas e imaginación. Y nos invitaba a llenarnos del espíritu y a descansar en Dios; pero, a tenor de lo que ocurre, no puedo refugiarme en esa confianza del Dios providente  y en esa experiencia, sin ofrecer a mi vez alimento, respeto, compañía y aliento a quien lo precise y concordia en la sociedad. Como el niño con su pan, dentro de cada uno hay un alba esperando estallar en luz. Mi encuentro con Dios tiene consecuencias éticas.

No puede haber nadie que no tenga alimento parece que dice este evangelio, ni tampoco puede el amor pasar de largo. Jesús en este evangelio hace una defensa de la vida y del vivir, es llamativo que venían del templo y celebra una comida en la que hace un espacio humanizado y desacralizado de su religión. Habían dejado el templo en la otra orilla y me parecía que estaba diciendo Juan que el templo lo hacemos nosotros allá donde levantemos el corazón a Dios y se lo demos al hermano. Una experiencia que conecta el corazón de la gente y el corazón de Dios. Pero el lugar puede ser cualquiera porque lo sagrado es fruto de la relación que desarrollemos entre nosotros en el acto de ofrecer, compartir y recibir, porque crece Dios en ello  como la semilla, que es muda; en ello, nos habla Dios, en todo encuentro creativo que busca desarrollar una vida mejor. El amor que Dios nos infunde es creativo como hemos visto en la explosión del pan y da lugar a otro amor.

Hay una falta de amor vivido, en el sentido de saber dar y  saber recibir, sobre todo recibir. Se pone de manifiesto en nuestros días en nuestra incapacidad para incorporarnos  a las esperanzas de  otros, a empujar también y sostener las esperanzas de los que luchan y sueñan mejorar la vida de la gente, sobre todo la de los más frágiles, de los que intentan proteger el bien común y no son de los nuestros. No excluyó Jesús a nadie, ni siquiera a los que le buscaban para matarlo. Ante Dios no hay creyentes y no creyentes, “a todos alcanza su pregón”. Reconocer en Jesús la bendición de Dios, Él nos sale al encuentro, también, en los que “no son de los nuestros”. Si Jesús hubiera rechazado los panes y los peces por la insignificancia  del niño, no habríamos visto el milagro. Si creyéramos y viviéramos realmente la esperanza de Jesús, no rechazaríamos ninguna esperanza que se encendiera en la sociedad, y nos reconoceríamos también en ella. Hay que sembrar amor, no discordia, hay que sembrar amor, es tiempo de siembra pero sobre todo Es tiempo de bondad. También de ejemplaridad. Aprender el arte del bien recibir incluso de quienes no nos gustan si no lo hacemos, no dejamos que germine en nosotros el amor de Dios y  se reparta. El amor que es una luz de eternidad, cualquier amor, porque el amor proviene del amor que es Dios. Nos dice este evangelio que no es todopoderoso como cabría pensar y como hemos podido comprobar en la pandemia, ni un resuelve problemas; este milagro nos dice que es un Dios providente, y Cristo la espiga donde nosotros maduramos como trigo. Dios es cielo y tierra, Dios no está fuera de la vida,  está en la vida y en ella Jesús nos lleva a la plenitud. Podemos cerrarnos en nuestros saberes haciéndonos poseedores de la única verdad. Podemos seguir cerrados en nuestra verdad amurallada, con prepotencia, o con miedo como  hicieron los discípulos en el cenáculo. Pero no podemos obviar que con el Espíritu una beatitud germina, una experiencia creativa, una libertad y una vida trenzada en  toda la diversidad humana, una capacidad comunicativa y de acogida se abren en una comunión de esperanzas. Si esto no ocurre estamos muy lejos del espíritu de Jesús.

Las inercias con las que vivimos ruedan sin levantar experiencias, aplanando cualquier signo del Espíritu, de belleza e incluso de vida que encuentren. La inercia opaca de la costumbre interpretativa que  creo quiso Juan que rompiéramos al empezar el pasaje, porque nos aleja de la vida; nos aleja del Misterio y nos tiene en un letargo el corazón, casi moribundo Este evangelio nos llama a tener el valor de vivir, de pensar de otra manera, incluso en una resistencia creativa, desarrollando la ética del Bien Común que no es fácil. ”Nunca pensé que poner un plato de comida en la mesa de un pobre generara tanto odio en una élite que se harta de tirar comida a la basura todos los días“, decía el que fue presidente de Brasil Lula da Silva.

“Los desbordamiento del amor de Dios  ocurren sobre todo en la encrucijadas de la vida en momentos de apertura, fragilidad y humildad,  es cuando el océano del amor de Dios desborda los diques de nuestra autosuficiencia y permite una nueva imaginación de la posibilidad”, dice el papa Francisco, y fue lo que hizo Jesús en la encrucijada del hambre de pan y de Dios de sus seguidores, ante los ojos calculadores  de Felipe y los escépticos de Andrés, el desbordamiento del amor de Dios. Esta etapa pandémica y potpandémica  es nuestra encrucijada de la vida, social y religiosa.

. Decía Edith que “la empatía es una participación interior en la vivencia ajena”  comprender los valores del otro, aunque no los compartamos. Invita a abrir el horizonte a una nueva relacionalidad, a una cultura de la colaboración y entendimiento, de apretar nuestras esperanzas con las esperanzas  de los otros, sin prejuicios culturales y religiosos que así se acercaba Jesús a los suyos. Una llamada continua a resituarnos, no a adaptarnos en nuestras doctrinas culturas y rutinas por mas piadosas que sean. Salir de las certezas, de lo establecido, y dejarte llevar por la  voz del evangelio, porque a Dios sólo llegamos desnudos.  Es la hora de compartir procesos de una realidad compleja con todos los que buscan el Bien Común, por todos los que de verdad buscan a Dios. Construir espacios y lugares donde se escuche la compasión de Dios. Encenderte como una vela  y aprender a brillar con otras velas, porque mi bien, no puede realizarse sin tu bien. No podemos olvidar que para hablar del amor, Jesús habla de comida. Cito al reciente Princesa de Asturias de la concordia, el cocinero José Andrés y su organización contra el hambre en el mundo. “En vez de construir muros más altos  construyamos mesas más largas“. Este evangelio habla del deber ético de hacerlo. Jesús a su paso por el mundo señalaba  y condenaba todas las barreras que se han construidos contra el amor. Los prejuicios son el mayor muro contra el amor. Una invitación a participar con valentía en mantener y construir el Bien Común derribando perjuicios.

Creo que S. Juan ha querido que pongamos los ojos y el corazón en la perspectiva de Dios. Pero lo que Dios es, no está escrito; sólo se lee con el alma, el alma que sabe recibir y que sabe dar. No olvidemos que la relación entre el amor humano y el amor de Dios es muy estrecha.    ”Tengo siempre presente a Yahvé /Con Él a mi derecha no vacilo/ por eso se me alegra el corazón/sienten regocijo mis entrañas/todo mi cuerpo descansa tranquilo”  Salmo 15,8-9

 

[i] Juan 6,1-15

Da de comer a cinco mil

                                                                                                                   

Después de esto pasó Jesús a la otra orilla del lago de Galilea –el Tiberiades-. Le seguía un gran gentío, pues veían las señales que hacía con los enfermos. Jesús se retiró a un monte y allí se sentó con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Alzando la vista  y viendo el gentío que acudía a él, Jesús dice a Felipe: -¿Dónde compraremos pan parta que coman éstos? –lo decía para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer-,

Felipe le contestó:

-Doscientos denarios de pan  no bastarían para que a cada uno le tocase un pedazo.

-Uno de los discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, le dice:

– Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes y dos pescados; pero ¿Qué es esto para tantos?

-Jesús le dijo:

-Haced que la gente se siente.

Había hierba abundante en el lugar. Se sentaron. Los varones eran cinco mil. Entonces Jesús tomó  los panes, dio gracias a Dios y los repartió a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados: dándoles todo lo que quisieron. Cuando quedaron satisfechos, dice Jesús a los discípulos:

– Recoged las sobras para que no se desaproveche nada.

Las recogieron y, con  los trozos de los cinco panes de cebada que habían sobrado a los comensales, llenaron doce cestas. Cuando  la gente vio la señal que había hecho, dijeron:

-Éste es el profeta que había de venir al mundo.

Jesús, conociendo que pensaban venir para llevárselo y proclamarlo rey, se retiró de nuevo al monte, él solo.

 

 

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *