¡No tengo a nadie! Ese es el nombre secreto de lo que aniquila a las víctimas. Tantas voces enmudecidas. Un desamparo central que por desgracia le ha prestado su voz, al miedo como hombres y mujeres superfluas y peligrosas. Las víctimas que aparecen en el evangelio, como las de hoy, cargan con su dolor y nuestra humillación y rechazo. Si seguimos con el evangelio iniciado en la entrega anterior, escuchamos al paralítico: Señor no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua. Cuando yo voy, otro se ha metido” Es lo que contesta el enfermo a la pregunta de ¿quieres curarte? del evangelio de Juan 5,1-10. Hay en este evangelio una descripción del abandono explícito de los enfermos, de la expulsión de personas con “taras y discapacidad”. Estigmas y humillaciones que se añaden a su desgracia.
Para Jesús nadie es indiferente, superfluo, y menos un excluido. Jesús en este diálogo que abre con la víctima, en este respeto y esta oferta que le hace, pone de manifiesto que no quiere el desprecio que ha echado la sociedad de su tiempo sobre él. Desnuda acercándose a él, todos los prejuicios que han echado sobre él su religión y el sistema corrupto de su tiempo. A los enfermos no solo les declaraban impuros en la creencia que la enfermedad era un castigo de Dios por haber pecado, sino que las familias de la clase aristocrática judía y sacerdotal que los declaraba impuros, se quedaban con sus bienes; por lo que estas personas entraban en la más absoluta indigencia. La exclusión siempre causa beneficios materiales a quienes la crean.
A todos les habita el corazón de Dios, les dice Jesús, que no reclama sólo un respeto, sino una fértil conversación. ¿Quieres curarte? Y dice el evangelio que el enfermo contestó lo que ya sabemos. Jesús quiere oír a este hombre. La primera hospitalidad es la escucha y eso es lo que hace Jesús, y en ella lo acoge. Quiere escuchar su vida su necesidad. Conectar con la injusticia con la que carga. Acoge su libertad, le devuelve su dignidad: un ser humano que cuenta. En relación con las personas en necesidad, creo que tenemos que conectar también con su fe que duerme en ellos, para que se liberen de su propio victimismo, hay que conectar con el Dios despierto que hay en ellos, dentro de su vida real, y así abrimos un espacio de salud, un espacio de espiritualidad. En esta relación Jesús proyecta un juicio sobre la realidad que tiene antes sus ojos, y afirma la dignidad de los enfermos y excluidos, la dignidad de su vida. Y abre una brecha en el mundo de la estigmatización y la exclusión. A veces, en esa simplificación de la expresión “Jesús hizo milagro…….. Está también la actitud de dar por supuesto que conocemos la historia como si fuera una narración más o un cuento, o también nuestra propia cerrazón a dejarnos interpelar por lo que realmente está diciendo.
Jesús no da nada por supuesto como nosotros acostumbrados a hacer, con mucha frecuencia. Por eso pregunta. No sustituye nunca la voluntad y la conciencia del ser humano que tiene en frente, no sustituye nunca sus aspiraciones. Pregunta, porque nos quiere oír, porque respeta nuestra vida y se interesa por ella. Pregunta para que aprendamos nosotros. Es una tónica general en la mayoría de los milagros del evangelio, nunca ocupa el lugar del enfermo o la enferma .Y eso vale a día de hoy también para nosotros. Al menos para mí. Me impresiona esta actitud de Jesús de dejar hablar y expresarse a aquellos con los que conectaba… Nosotros dentro de la iglesia y en la concreta liturgia no podemos decir ni pío. En este tiempo de pandemias en la que muchos han encontrado el gusto por la oración personal, no falta quien distribuye oraciones de sesudos “oradores” enlatadas, que podrían sustituir una apertura personal de la vida sufriente, del mismo miedo, al corazón de Dios La pedagogía de Dios, a mí me parece que cuenta con el alma o el corazón, con la persona y con su permiso y con nuestra genuina participación.
Este evangelio como todos narra el acontecer humano. Y sitúa los acontecimientos en tiempo y espacio, para decirnos que Jesús es historia en lo más profundo de su acepción, e historia que trasciende y alcanza nuestros días .Todo lo que no tenga en cuenta esto es vaciarle de su fuerza y contenido
NO es otro milagro más lo que acontece en este evangelio. Está dentro de un contexto: La fiesta de los judíos. Y Jesús ilumina el contexto para que nos ilumine a nosotros, los que vivimos en la fiesta de la vida. Nos recuerda que hay otros muchos que no están en la fiesta de la vida. No tengo a nadie que me lleve… la desolación total. Sin amigos, sin trabajo, sin culto, sin alianza; con un amor desierto, acostumbrado a su “destino”, sin hacer nada para vivir, esperando un milagro de la superstición. Una esperanza de algo insólito, alimentada de una experiencia irreal “Cuando el ángel remueve las aguas, ya ha llegado otro antes que yo” Como alguna forma de piedad tan sin sentido a las que nos entregamos o nos hacen pasar por ellas. Que nos arrullan, nos anestesian, nos postran, y nos ponen en una actitud como si la misericordia de Dios se diera a cuentagotas. Como si Dios fuera un dios que pidiera excentricidad.
Jesús trae la esperanza con mayúscula.” Una multitud de enfermos cojos lisiados que aguardaban a que se removiese el agua”. Aguardaban, dice el evangelio. No estaban esperando. Aguardaban, estaban parados en la vida a la que habían dejado de pertenecer, esperando de Dios y de los hombres una limosna. Recuerdo unos versos del inefable Juan de la Cruz que dice:”Tuyo es todo esto/ y todo para ti/No te pongas en menos/ ni repares en migajas / que se caen de la mesa/ de tu Padre” Y Jesús lo que dice es que postrados no se puede vivir, creyendo que no merecemos a Dios, tampoco. Hay que cambiar de esperanza. Por otra parte creo que a Dios sólo podemos llegar en la más absoluta indigencia; indigencia de todo, de amor, de conocimiento, de adoración, de alabanza….
Jesús conoce el daño taimado que produce esa espera: No tengo quien me lleve… Nos dice el evangelio que Jesús subía a la fiesta de Jerusalén, y sin embargo se marchó a la puerta donde estaban los enfermos y abandonados. Jesús visibiliza esa normalización que existía en su tiempo de ser compatible cumplir en el templo y el abandono y exclusión de los menesterosos en Betesda. Hoy desgraciadamente ocurre exactamente igual, y se hace compatible las prácticas religiosas y la creencia en Jesús, con el odio y la exclusión de las y los marginados. Este evangelio como casi todos, interpela nuestra aceptación pasiva de la injusticia. Jesús cambia realmente la manera de mirar la vida y de leer el mundo. Jesús que iba a la fiesta del templo se marcha a escuchar la fe y la desesperanza de los que carecen de todo, incluso de fe. Dios le escucha. 38 años lleva escuchándole, pero Jesús quiere también, que se escuche él, y que le escuchemos nosotros No hay florituras de fe en este pasaje. La fe que florece en este capítulo es la de la impotencia, la de la indigencia. Sólo necesidad, a la que Jesús se acerca, y hace justicia.
Jesús habla y escucha, y en esa ida y vuelta se produce la hospitalidad del silencio, donde brota Dios en su ternura. Yo he sentido ese cruce de confianza entre médico y enfermos, ese cruce que da vida a las dos partes
Los milagros de Jesús están llenos de experiencia y vida, y nos revelan a un Dios que ama la justicia. Aquello No eran actos, acciones que se pueda envolver con la palabra rápida y apresura de “hizo milagros.” Era y es un Dios que se entrega al sufriente y pone el dedo en las causas del sufrimiento “Señor no tengo a nadie que me lleve”. En ese no tengo a nadie quedamos toso salpicados por el sufrimiento ajeno y nuestra indiferencia
Jesús se dirigió a la piscina en la que una muchedumbre sufría. Se llamaba de la misericordia. Pero Jesús no situó la misericordia en las aguas sino en las relaciones humanas, en la compasión y la restitución de la dignidad. La misericordia de Dios la equiparamos muchas veces a nuestra manera de compadecernos y la reducimos a conductas que empiezan y acaban en sí mismas. La Misericordia, creo, que es una forma luminosa de mirar la vida, es la experiencia de confianza vital de Jesús que es a su vez profundamente iluminadora. Jesús proyecta un juicio sobre la realidad que tiene ante sus ojos, una mirada que afirma la dignidad de los enfermos y excluidos, y señala a los que hacen el mal; con Jesús, una brecha se abre en el mundo de los privilegiados y expulsados. Una brecha que la llena la Misericordia de Dios y exige justicia. En esa forma de ver Jesús no como espectador; en ese mirar trascendente del Maestro, se abre la luz del creer.
Frente a la muchedumbre de la piscina Jesús singulariza, personaliza al sufriente y la desgracia sus actos, sus palabras son profundamente provocativas y contraculturales. Da voz a los que no la tenían. No tengo a nadie que me lleve….” Una ternura herida frente a la ternura de Jesús; que no es una pastelada. La ternura que se aprende y crece en el encuentro, es un potente factor de transformación. Te da oportunidad de descubrir por ti mismo, otro ser, no previsto en el puente de la mirada, como así hizo Jesús con este hombre. Ternura que no es suavidad y dulzura; implica una transcendencia significada, que sólo se puede dar en las relaciones de respeto, en el encuentro. La ternura es un potente incentivo de producción espiritual.
Se leen los evangelio y se explican con frecuencia, como si los que los escribieron y los que los escuchamos, no tuviéramos sentimientos, afectos; como si fueran planos los personajes y los hechos; sobre todo ocurre cuando nos narran los milagros, que siempre dicen lo mismo sobre ellos, sin que lleguen a alcanzar nuestra vida hoy.. Lo explican con una voz seca del pasado, en contraste con la realidad que se desprende cuando te acercas a ellos, que casi puedes notar aun, la tinta fresca. Se nos olvida que en este evangelio, en estos milagros, Jesús declara la situación que produce la desgracia, como incompatible con el Reino de Dios. Y eso a día de hoy, en la práctica global de las predicaciones nunca se dice. Incompatible con el Reino de Dios donde no pueden tolerarse identidades malditas, identidades a la baja, la segregación, la exclusión, ni abandonados por la sociedad, ni marginadas por la iglesia… Tampoco permite lenguajes estigmatizadores. No hay ninguna ley de Dios que justifique esta tolerancia a las distintas violencias. Por eso este milagro, como otros, los hizo Jesús en sábado, el día sagrado de los judíos. No debería haber ninguna ley humana que lo ampare. La compasión y la justicia forman parte de los mínimos éticos del Reino de Dios. Jesús tuvo una gran pasión por la dignidad del ser humano que abre un campo de encuentro entre justicia y misericordia. Este evangelio nos enseña cómo era el amor de Jesús, el amor real, y como se concretó. Fue una lucha contra la separaciones, (justos y pecadores; varones y mujeres: puros e impuros; sanos y enfermos; judíos y gentiles…) hizo comunicar los extraños y abrió una comunión con todos. Es la relación humana la que cura por encima de otras supersticiones, la relación que establece Jesús con su Palabra que es profética y anuncio. “Sed fuertes, no temáis/ Mirad a vuestro Dios/ que trae el desquite / viene en persona y os salvará” anunciaba el profeta y poeta Isaias.35,4
El evangelio es el documento vital más grande sobre el respeto, sobre las esperanzas de los seres humanos; sobre la justicia, sobre la libertad, sobre el amor. Por ello es un documento, una historia que interpela hoy e ilumina nuestra vida, y por ser palabra de Dios nos alcanza su semilla.
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