Los prejuicios sobre las mujeres en la religión

El amor vulnerable y el amor vulnerado

“Tú, que eres judío ¿Cómo pides de beber a una mujer samaritana?” Jn 4,9

                                                                                                   Desde el evangelio de Jesús y la Samaritana. Jn 4,1-40.

 Desactivar los prejuicios es un camino de amor y liberación, por tanto un camino espiritual. Una espiritualidad sin prejuicios con ojos libres y boca desnuda, la del evangelio. Nuestra comprensión de la vida y parte de la experiencia religiosa, está muchas veces marcada por los prejuicios con los que hemos elaborado y desarrollado esa comprensión de la vida y de la religión. Este evangelio de la Samaritana está contándolo a través de una historia de desamor  y el anuncio de que Jesús concluirá la obra de Dios ,que es el desbordamiento de su amor en la vida, el evangelio en el que se habla del amor incondicionado, en el que dijo a Samaritana que bajo la tierra seca está escondida la fuente. El evangelio en que Jesús dice que la fe es escuchar lo que nunca se ha oído. Es este evangelio en el que Jesús le entrega a samaritana su intimidad,  le confía la experiencia que tenía de sí mismo, es el Hijo de Dios, el  Mesías, y nos hace testigos a todos de ello. Se lo cuenta a una mujer de conducta confusa, de un pueblo despreciado por los judíos y no a un varón de vida perfecta y cabal. Una mujer, la Samaritana, que ha sufrido el desamor de forma continua. Cinco veces repudiada; nos la presentan no precisamente como un dechado de virtudes. Jesús, ni la menosprecia ni la juzga, le pide su amistad y su confianza, le pide de beber. Dice el evangelio que: se dirigía Jesús a Galilea y tenía que atravesar Samaría, así que entró a una aldea llamada Sicar cerca del terreno que Jacob dio a su hijo José –ahí se encuentra el pozo de Jacob-. Jesús cansado del camino se sentó tranquilamente junto al pozo, Era mediodía. Y una mujer de Samaría llegó a sacar agua. Jesús le dice: dame de beber”. NOTA [A]

 

En ese ambiente, Jesús quiso coger el hilo de la tradición y enhebrarlo de nuevo a la vida, a la historia. El Dios de los libros, del libro sagrado, salta a la vida y lo hace, necesitado: pidiendo agua a una mujer para saciar su sed. Menuda sorpresa tuvo que llevarse la Samaritana porque es una forma decir, quiero tu compañía, acompáñame mientras descanso, deja que yo también te acompañe a ti. Así de tierno y de libre es Jesús, así de humano se manifiesta. Jesús conoce muy bien que no hay nada como el afecto para remediar la soledad, y samaritana era una mujer profundamente sola “Tú, que eres judío ¿Cómo pides de beber a una mujer samaritana?” le dice Samaritana. Y nuestra enemistad, ¿Dónde queda? Parece decirle. ¿Debes de estar muy necesitado para acudir a mí? Jesús había dejado atrás la intransigencia farisea, y por eso había emprendido este viaje, y se encuentra con la misma intransigencia y prejuicio formulado abiertamente y sin reparo por la mujer. De lo primero que se duele Samaritana y visibiliza es de los prejuicios, enfrentamientos y enemistad entre ellos. La pregunta no parece que la hagan para que se la responda, sino  que parece hecha para dejar constancia de que Jesús estaba rompiendo prejuicios nacidos de principios culturales, y religiosos enquistados desde unos 700 años. El odio entre ellos, entre judíos y samaritanos,  se había asentado a través de la costumbre.

Ella es una mujer realista y se toma en serio a Jesús y a ese encuentro. Por eso le habla así. Sabe que  los prejuicios y los fundamentalismos son una gran dificultad en las relaciones humanas, y a veces una brecha casi insalvable en la construcción de la sociedad, y el romperlo, se paga muy caro. Quien se atreve a cuestionar la desigualdad que se deriva de ellos, se enfrenta a la reprobación y sanción social, cuestionamiento, escándalo, reproche y desprestigio. Para los judíos además esta mujer era una impura, y no se podía hablar con ella. Por lo que la conversación con Jesús tiene un enorme calado  no sólo por lo que dicen sino por el encuentro en sí.

Los prejuicios siempre niegan la verdad que se esconde en el propio corazón, invisibilizan la realidad y crean realidades falsas. Disfrazan siempre el odio y el rencor que llevamos dentro. Son un buen termómetro para medirlo y para saber con cuánta intolerancia vivimos. Los prejuicios también están en nosotros, lectores de este Evangelio que de entrada, sin que nadie nos lo diga,  vemos a la samaritana  como una  mujer infiel y de mala vida, y sin embargo era una mujer que llevaba una vida ostensiblemente mala. ¡Cinco maridos! dice el evangelio, cinco posibles repudios por esterilidad. La mujer si no se reproducía era una marginal y desechada en esa sociedad. En el cuerpo femenino radica la parte más visible de la supremacía patriarcal. Sólo la ve como procreadora cuyo valor no radica en si misma, sino en asegurar la continuidad de la especie. Hemos dado por supuesto en la lectura, que era infiel, los que somos herederos de ese prejuicio,  el de que en todos los desacuerdos (cinco maridos) la mujer es la mala y la viciosa y, nos impide ver otras perspectivas de la realidad porque la tergiversa. Aparte de la injusticia que conlleva.

Este conflicto que se dirime aquí, de la enemistad entre pueblos y personas, tiene una gran actualidad hoy en nuestras vidas y en la sociedad porque está muy explícita la cuestión del rechazo y la opresión del diferente, del extranjero, justificado y aterciopelado con miles de razones, todas ellas basadas en el prejuicio de que la realidad es y tiene que ser como se ha explicado siempre, y construida contra el otro, en vez de con el otro. El prejuicio nos hace mantener el odio activo sin que nos apercibamos de su presencia

Jesús le pide de beber a la mujer y con ello rompe con los prejuicios raciales y culturales que mantenían entre judíos y samaritanos en confrontación, que hacía que no se hablaran entre sí. Pero Jesús rompe otro prejuicio, el religioso, que es infame. La tradición judía simboliza en la mujer “la infidelidad del pueblo de Dios y como encarnación del mal y las desdichas de los hombres”. Y así lo explica el exégeta que da claves para leer este evangelio. Asegura que la Samaritana representa eso: El mal y la infidelidad. ¡¡Se me hiela el corazón!! Esta imagen sobre las mujeres repetida por los siglos de los siglos hasta hoy, ¡¡imprime carácter!! ¡Vaya que si imprime carácter! ¿Ha tenido cinco maridos y carga contra ella la vergüenza y la infidelidad?, todo porque la costumbre  (nacida del prejuicio de la desigualdad entre hombres y mujeres) es que el varón tiene el derecho de hacer lo que quiera con la mujer, es el dueño de su vida, por tanto la puede repudiar. Un  prejuicio con el que se hace la exégesis de este evangelio. Prejuicio que Jesús quiso precisamente romper en esta íntima relación con la Samaritana (El texto del evangelio, está escrito al comienzo de este apartado). El interpretar la vida con este prejuicio señalado en la historia del pueblo de Dios, es una coartada misógina para despreciar e infravalorar a las mujeres. Jesús pasó su vida curando relaciones, abogó por una convivencia plural y diversa, hoy diríamos inclusiva. ¿Por qué cuando leemos este evangelio no vemos a una mujer que ha buscado el amor continuamente desesperada y sucesivamente,  ha sufrido y ha sido víctima del desamor? No es la mujer la causa de la desdicha, ella es la desdichada. Los prejuicios ocultan en nuestra existencia ruindades, mediocridad y rechazos, también violencia. Demuestra que hemos construido nuestra vida contra los otros, y no desde nosotros mismos. Los prejuicios son un andamio de una casa sin cimientos: ni raíz, ni interior. Son la principal causa de violencia. Jesús quiso romper esta forma de vivir la vida, Jesús representa el dialogo y el anhelo de compañía. Los dos, Jesús y Samaritana, se piden mutuamente de beber en este evangelio. Los dos se ofrecen agua distinta. Están juntos el amor vulnerado y el amor vulnerable, quizá, prefigurando lo que sería el amor en la Cruz: Un amor vulnerable. Experimentan la certidumbre de la amistad firme y leal; y un estado de respeto que propicia un trenzado progresivo entre ambos mundos. La Samaritana es tratada por Jesús con profunda dulzura. El amor es un donde Dios, no cabe en nuestro corazón si está ocupado por la intolerancia, intransigencia, prepotencia y desprecio

Samaritana tiene mucho que enseñarnos y hace gala de unos valores extraordinarios en medio de todo. ¿”Cómo tú siendo judío te diriges a mi”? No deja pasar lo que tiene dentro, su preocupación, y la expresa. Para ello es preciso saber hacer silencio y conocer qué bulle dentro de ella. Valora los preceptos religiosos de los otros, porque en el fondo lo que le pregunta a Jesús es ¿Qué clase de judío eres que no respeta a ley? La mujer expuso a Jesús su extrañeza, de hecho, de ello fue la pregunta, ante la libertad de Jesús de romper los patrones de masculinidad dados, de romper los prejuicios religiosos de pureza e impureza, y los prejuicios raciales y culturales. Tuvo que suponer para ella un gran  impacto la libertad de Jesús, este zarandeo de todo lo creído y lo sabido. Es muy frecuente entre nosotros, al contrario  de lo que hizo Samaritana, la tendencia a callar por “cortesía”, que es la cáscara que envuelve muchos prejuicios; a pudrirse la pregunta, lo que piensas, por piadosa cobardía e irresponsabilidad. Con ello nos cerramos a la experiencia. Samaritana hizo gala de una enorme libertad y una gran audacia al preguntar. Igualmente Jesús con el plus de amor y concordia que viene ofreciendo. La ética de Jesús supone una amenaza para los poderosos, cualquier poder; y su liberadora praxis de poner resistencia a los valores corruptos, a las prácticas injustas y de dominio, todas ellas como  fuerzas del mal, son difíciles de asumir incluso hoy en nuestros días; ahí está la débil y lenta acogida de la Iglesia española de la encíclica del papa, “Fratelli Tutti”.

Samaritana era una mujer con respeto por sí misma, por eso advierte de lo conflictivo del encuentro; está también profundamente agradecida por sentirse heredera de un bien que recibió gratuitamente, el pozo de Jacob que lo presenta a Jesús como legado, como don para su pueblo y así se lo dice “¿Acaso eres tú más grande que nuestro padre Jacob que legó este pozo a su hijo José para beber, y que bebieran los animales?” Gratitud que recibe Jesús para poder hablarle de la gratuidad de la fuente de la vida, la gratuidad  y la intemporalidad de Dios, le explica  Jesús que el amor lleva en sí mismo la eternidad

El sufrimiento de esta mujer no le ha corroído la  experiencia de sentimientos que son vitales para las relaciones y la convivencia, como reconocer lo que gratis recibimos y agradecerlo. Ella tomaba el agua de ese pozo. Esta mujer le habla de amor a Jesús, el de los padres a los hijos, el de los seres humanos a la naturaleza, Jesús lo bendice y  le habla del amor de Dios. “Si conocieras el amor de Dios y quien es el que te  pide de beber tú le pedirías a él de beber y él te lo daría”

Sin embargo el exégeta ve en la mujer un símbolo del mal, la infidelidad. Ese es un peso que llevamos las mujeres: presenta como real algo que no existe, pero que está sobre nosotras, y funciona en el inconsciente colectivo de nuestra sociedad y el consciente de la Iglesia, en ella, ontológicamente somos inferiores a los varones. A fuerza de repetirse el prejuicio, el sujeto emerge con la identidad adscrita (infiel y tentadora, y objeto de pertenencia del varón y subalternidad) adscribiendo a la mujer universal y concreta esa interpretación por la repetición y la costumbre, interpretación, que está en la base de toda desigualdad y muchas violencias de género. No creo que haya ningún fundamento teológico y antropológico para explicar, y otorgarle a la mujer la realidad ontológica de ser inferior al varón.  No, en la historia de Jesús de Nazaret. No en la vida real.  Los ojos maliciosos e irresponsables del pueblo de Israel proyectaron en las mujeres  todos sus miedos y la atribuyeron todos los males  privándola de sus derechos; somos herederas de esa concepción de la vida que implica asumir de facto esta interpretación. Se da también en otras culturas pero ninguna la simboliza como el mal en la relación con Dios. Encarnar el  mal en la mujer. ¿Qué identidad femenina nos otorgan? ¿Qué identidad femenina nos podemos construir dentro de la Iglesia? ¿A ningún varón se le ha ocurrido que esto es profundamente injusto, que es inmoral? Si nos hacemos preguntas veremos cuán grande es la ceguera y los prejuicios en nuestra iglesia contra la mujer, extendidos también a otros campos en toda la sociedad. No se puede convertir en norma lo que es una trasgresión. Los prejuicios entretejen el temor y la desconfianza hacia el otro, al que vemos como extraño, y potencialmente peligroso. En esta pandemia se ha puesto de manifiesto el fuego de los prejuicios alimentando el odio, la sospecha contra el diferente, haciendo crecer el miedo, sembrando discordia y haciendo replegarse a la sociedad al más absoluto individualismo ¡Y lo retuiteamos!  Se habla de normas, de decretos, nos tiramos las normas a la cara, cuando no las pisoteamos. Se habla continuamente de DERECHOS, nada de RESPONSABILIDADES; algunos grupos han hecho de la pandemia una batalla campal. Urge un discurso sobre la  vulnerabilidad que somos, la pandemia lo ha dejado bien al descubierto y por tanto la interdependencia que somos y la responsabilidad que conlleva, entre otras, la de acreditar los cuidados como primera necesidad, cuidarnos mutuamente. Este evangelio también va de cuidarnos.

Se habla mucho en la espiritualidad del desasimiento y la vida ascética en  casi todos los caminos espirituales. Yo creo que es más fácil dejar lo que poseemos que liberarnos de lo que nos posee. Se ha hecho mucho hincapié en lo primero pero muy poco en lo segundo, aunque una cosa lleve a la otra, y los prejuicios que van más allá de la xenofobia, el racismo, el machismo, son unos amos inmisericordes de nosotros: llenan de niebla la mente y el corazón. Los prejuicios son además una causa de ceguera y de falta de libertad y son prótesis que pueden ser funcionales pero que no dejan pasar la vida y el espíritu. En el camino de plenitud humana sería bueno incidir en la liberación de los prejuicios. Sería bueno ver con cuántos prejuicios sostenemos nuestra vida humana y nuestra vida cristiana, incluso nuestra oración. Cuántas cosas que creemos que son profundas razones, son verdaderos prejuicios. Samaritana para encontrarse con Jesús tuvo que  pasar por encima de sus propios prejuicios. Jesús simple y llanamente los atravesó, los rompió. Iluminar los prejuicios que tenemos es una buena forma de encontrarnos con Dios! “La oración, (el evangelio) es atalaya donde se ven verdades y el Señor da luz para entenderlas”  decía Santa Teresa. En este evangelio se iluminan ampliamente.

Samaritana y Jesús encuentran un buen método para liberarse de los prejuicios, hablando de cosas reales, de sus respectivas vidas. Ella habla de lo que vive, de lo que ve y lo que padece en su sociedad: el desencuentro. Y Jesús le habla de su vida: el proyecto de Dios Padre para todas las mujeres y los hombres, la concordia y la amistad, el fin de las desigualdades, la oración y el Espíritu. La verdad de sí mismos es lo que les une en las diferencias. Creo que es un buen comienzo. Nada como estar enraizado en la vida real para poder hablar con Dios. Frente al fuego del odio, el fuego del amor de Dios; frente la sinrazón y la intransigencia, abrir espacio de dialogo, de escucha y de trasformación de estructuras opresivas, y de los lazos invisibles que nos unen a ellas. Los prejuicios son todo lo contrario al amor. Sería conveniente que la Iglesia se liberara del peso misógino que la atraviesa y revocara los textos que agreden a las mujeres porque todas las experiencias vejatorias y de dominio chocan con el reino que anuncia Jesús. Este evangelio invita a abrir un horizonte de aprendizaje de nuevas experiencias, es el evangelio del despertar una vida con espíritu. Trasgredir límites  y derribar  prejuicios  va a ser una tarea sagrada para abrir puertas y compuertas, para que salga luz y nuevas formas de conocer, de ser, de leer la realidad, ampliando el campo de visión, de leernos y leer a Dios. Valentía para reconocer el Espíritu que inspira nuevas posibilidades y modos de entender las relaciones entre los seres humanos y con el Creador, nos impulsa a crear espacios nuevos del buen vivir y del buen convivir. Abrirnos a interpretar de forma distinta las relaciones humanas, centradas en el valor en sí que cada  persona tiene, en la convivencia plural, en la vulnerabilidad humana, y los amores vulnerados, y para nosotros los creyentes  fuertemente agarrados al amor vulnerable de Jesús. ¿Para cuándo, la hermosísima espiritualidad del evangelio? ¡Dame de beber!

Continuará

 

[A] Era mediodía una mujer de Samaría llegó a sacar agua. Jesús le dice: Dame de beber –los discípulos habían ido al pueblo a comprar comida- le responde Samaritana: tú que eres judío  ¿cómo pides de beber a una samaritana? –los judíos no se trataban con los samaritanos- Jesús le contestó: si conocieras el don de Dios  y quien es el que te pide de beber, tú le pedirías a él  y él te daría agua viva. Le dice la mujer: Señor, no tienes cubo y el pozo es profundo, ¿de dónde sacas agua viva?  ¿Eres acaso más poderoso que nuestro padre Jacob, que nos legó este pozo del que bebían él, sus hijos y sus rebaños?  Jn 4, 4-12.

 

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *