El pan, y la violencia del pan

                                                      “Jesús conociendo que pensaban venir para llevárselo y proclamarlo Rey, se retiró de nuevo al monte»

                                                                                                                   Del evangelio de Juan: “Jesús da de comer a cinco mil” [i]

 

La pandemia desborda nuestras seguridades y certezas, es violenta, no sólo porque mata y arruina sino porque sustrae el pan y deja de repartirlo, pero también porque convierte el pan en violencia.

¿Por qué eligió la comida y la fiesta Jesús para contarnos lo que Dios es para nosotros?  La comida constituye un medio universal para expresar la sociabilidad y la hospitalidad; y la participación en la distribución crea un lazo místico, que une, que liga en estrecha interdependencia, que refuerza las consideraciones éticas y morales que obliga a co-responder. Jesús, no sólo habla de Dios, habla de la vida, de la vida buena, vive la vida. La comensalidad  actúa como catalizador de la solidaridad y en este evangelio, como catalizador de la fraternidad, y la fiesta de Dios en el mundo. La comida es un regalo de aceptación universal en todas las culturas. Realmente este evangelio es un jardín donde se siente el perfume de abundantísimas flores.

La pandemia que todavía está activa, y no conocemos su final, conmociona a todo el cuerpo social aunque nos neguemos a verlo, en ella se han hecho más visibles las grietas porque ha violentado todas las estructuras sociales, también las de la iglesia. Si nuestra soberbia no nos deja escuchar su clamor, peor para nosotros, porque ”Delante de la ruina, va la soberbia; delante de la caída, va la presunción” (Prov 16,8). Recuperar la normalidad  es una alucinación, un mal sueño, porque la normalidad que vivíamos es la que ha provocado el mal y la violencia que estamos viviendo hoy. Hemos podido conocer la violencia ejercida por la sociedad sobre aquellos que se han quedado sin pan, sin servicios sanitarios, sobre los que no los han tenido nunca, y nos hemos deshumanizado. En este evangelio de exaltación del cuerpo y sus necesidades, de exaltación del cuidado de Dios por sus criaturas, nos invita a ser conocedores del cuerpo, protectores del cuerpo, cuidadores del cuerpo de todos. Nos invita a estar atentos “Dichoso el que presta atención a sus caminos y se fija en sus sendas” Eclo 14,20) a mirar de otra manera, con unos ojos nuevos, entender la vida de otra forma.

El cuerpo es un lugar de significado para los procesos de identidad  pero también para la salud…  Es algo que no se puede obviar hoy, que es campo de batalla de las violencias identitarias, que invitan a negar unos cuerpos, unas identidades y exaltar otras. La vivencia del cuerpo es fundamental para las relaciones… pero sobre todo para vivir, como desgraciadamente hemos comprobado. La pandemia ha desbaratado casi todas las certezas y seguridades; de nada habrá servido si no despertamos de nuestro sueño de invulnerabilidad,  de nuestras verdades de cemento armado y, si seguimos haciendo que otros traguen lo que nosotros no queremos, o no sabemos digerir.

Una de las causas de la violencia en el mundo es la injusta distribución de la riqueza; la producción de hambre conlleva trata de personas, esclavitud sexual, maltrato como estamos viendo continuamente. Se ha puesto en evidencia la violencia ejercida sobre los seres humanos en tantas áreas del planeta, violencia que habíamos normalizado, a la vez que se agitan con violencia las aguas de las identidades. Contrastan estas sociedades hambrientas que se reúnen en pateras buscando una vida mejor, con nuestra bulímica sociedad que consume ávidamente todo lo que le echen. La pandemia ha hecho más visibles las grietas sociales, nos ha reunido a todos -bueno a casi todos- en una misma mesa de dolor y de desgracia, ha violentado profundamente la vida, y el pan se hace incomible para muchos seres humanos. La pandemia nos ha conmocionado profundamente, pero queremos volver al redil sin hacernos preguntas y sin hacer propuestas.

Dice el evangelio que “Jesús conociendo que pensaban venir para llevárselo y proclamarlo Rey, se retiró de nuevo al monte Él solo”. Jesús no quiere el pan que da poder, ni el poder, que  quita el pan... Nos vendría bien retirarnos como Jesús de todo lo que significa el poder y la relevancia social y hacer silencio ante Dios para escuchar y aprender a mirar,  reconocer  las formas de violencia que nos rodean y descubrir de cuántas formamos parte. Existe en psicología lo que se llama la violencia pasiva,  muy sutil, muy destructiva; la practicamos mucho, es bueno descubrir cómo la revestimos de buenas sedas para hacerla llevadera e invisible, pero está; descubrir las dinámicas de dominio y poder que crean tanta desigualdad y pobreza, que se han generado, en nuestra vida, las que se han querido conservar con violencia

Hacer silencio para escuchar nuestros silencios cómplices. Una buena pregunta para hacernos sería ¿Con cuánto contribuyo yo con la desgracia y la violencia en la sociedad actual? A pesar de llevarles sustento a las personas en necesidad, les hemos llevado pan privado de justicia, y lo que claman las víctimas es justicia, no limosnas. Nos gusta la limosna porque la limosna da poder a quien la practica, crea dependencia y sumisión y nos justifica como “buenas personas”. La caridad sin justicia no es caridad, la caridad que no transforma nuestro propio corazón, que no recibe nada del doliente, no es caridad. San Romero de América decía: “Les damos el pan que previamente se lo hemos quitado” San Vicente de Paúl decía a las Hijas de la Caridad sobre los pobres: “Amar intensamente a los pobres, pero muchísimo, porque eso será la única forma de que os perdonen la limosna que les dais”. Una gran sensibilidad para los tiempos que corren y la superficialidad de hoy. Jesús puso en pie a toda la humanidad doliente y agraviada en el paralítico, fue su primer milagro. Todos en pie. La caridad que no levanta al necesitado, no es caridad. Somos muy banales practicando la limosna.

Hacer silencio para poder resistirnos a volver a caminar por caminos violentos estigmatizadores y prepotentes. Jesús en su paso por la vida no habló de pecados capitales, ni de sexos, ni de géneros… habló de las necesidades básicas del ser humano, de sus aspiraciones a vivir y que eran conculcadas. Habló sobre todo en contra del uso  del poder, de la búsqueda del poder, de la concentración del poder, porque esa es la dificultad y no otra, para la comunión con Dios y con el mundo; poder político, poder religioso, poder social, poder de clase… Es difícil introducir dinámicas nuevas en la vida cuando estás asentada en tus propias dinámicas que de forma banal e inconsciente has legitimado. No puedo valorar mi vida, levantarla, sin levantarnos con los desdichados. Dice este evangelio que le “Quisieron hacer Rey y que Jesús sabiéndolo se fue al monte sólo”. ¿Decepcionado por lo poco que habían entendido sus seguidores? No lo sé, pero le pusieron frente a una gran tentación, una tentación, por la que se van al sumidero las obras bien hechas; cuando las conviertes en fuente de poder para ti, pierden todo su valor. Esta es una tentación muy presente.

El cómo comemos es muy importante, habla profundamente de nosotros, de cada uno y habla de la sociedad en la que vivimos. «Hacer que la gente se siente» es una forma de decir que tenemos que romper el ritmo de la vida; que se sienten, no de cualquier manera, sino  en torno al alimento que es de todos, en la yerba verde, en la belleza, todos juntos, desterrando cualquier tipo de exclusión, de violencia. El pan justo, compartido, hermana y multiplica el encuentro. Jesús nos quiere sentados en torno de la comida de la humanidad entera. Sentados para hablar y no callar, para que nos tomemos un tiempo para saber cómo nos alimentamos nosotros, qué nos alimenta, con cuánta ternura, con cuánta fiesta, con cuánta gratitud o con cuánta violencia y desprecio. Silencio para escuchar  cómo se alimenta  África, América…… El sentimiento excluyente y de supremacía está muy dentro de nosotros y de nuestro corazón,  sentimientos y norma que Jesús rompió en este evangelio. (Estaba prohibido comer con impuros y pecadores) Es bueno que nos tanteemos con esta pregunta para conocernos mejor. ¿A qué personas no invitaríamos a comer en nuestra mesa?

Jesús acogió en su ser a todas las fragilidades y a todas las vulnerabilidades humanas, sin duda es una buena noticia para nosotros. En este evangelio se nos invita a poner sobre el mantel la identidad de los problemas, no nuestras identidades, y poner todos los avatares de esta epidemia, iglesia y sociedad. Lo que estamos haciendo hasta ahora es poner un mantel vacío, sin platos, ni cubiertos, ni copas, ni flores porque los necesitamos nuevos. “El amor es profundamente inventivo” decía S. Vicente de Paúl. Tenemos un gran déficit de amor, lo creo, porque somos muy poco creativos.

Jesús en su paso por el mundo combate las estructuras que valoran la vida de forma diferenciada y excluyente. Esta epidemia ha puesto de manifiesto la violencia ejercida por los que quieren el pan y los derechos sólo para ellos, arrebatando y destruyendo las posibilidades del pan. La violencia de La pandemia nos pone una y otra vez ante la pregunta ¿valen lo mismo todas las vidas? Como cristianos no la podemos obviar. Jesús vivió en una cultura y una religión en la que por diferentes motivos se excluía a mucha gente, y como consecuencia se las estigmatizaba a través de sus leyes de pureza y el entendimiento de su superioridad moral (la de los judíos). No es baladí la  pregunta porque en muchas de las cosas que decimos, que se oye incluso dentro de la iglesia, se esconde la idea de que no todas las vidas son iguales. El imaginario judío categorizaba los cuerpos y la vida, vivían su racismo como instrumento de categorización biológica, una oración de ellos decía: “Te doy gracias Señor porque me has hecho judío y no gentil”; Vivian la enfermedad como categorización moral, “Te doy gracias Señor Porque me has hecho sano y no como esos impíos enfermos”. ¡El desprecio como categoría oracional! Este sentimiento y esta forma de orar nos alcanzan a nosotros hoy. El imaginario que crea y su mundo simbólico se nutren de la violencia y el desprecio, generando el estigma. El estigma es la llave que abre la puerta al odio. Lo que más se estigmatiza son estados propios de la identidad de las personas, pero también la clase social, el ser pobres. Los presupuestos, las categorías desde donde valoramos la vida, tienen consecuencias no sólo para nosotros sino también para los demás. Es importante saber dónde estamos situados, cómo rezamos, cómo valoramos nuestra propia vida para saber con cuánto contribuimos a las desgracias Para los judíos una persona enferma era rechazable porque su concepción de la vida unía la enfermedad al pecado ¿no está sucediendo lo mismo con la posición de la Iglesia con la sexualidad? Dice este evangelio “Que comieron hasta que quedaron todos satisfechos y sobraron 12 cestos” Jesús no distinguió entre sanos y enfermos, entre justos o pecadores, no les pidió un certificado de pureza para que se unieran al festín de Dios, como hoy hace la iglesia con la homosexualidad, y también lo hace la propia sociedad. Jesús sólo dijo que este festín, la fiesta de Dios no le puedes comprar. El miedo y el prejuicio que tenemos con otros, impide la experiencia del cuidado de Dios al mundo que se narra en este pasaje ¿Por qué la obsesión con la sexualidad y no con los que roban y se quedan el pan y no lo reparten? ¿No es pecado también robar? ¿Por qué se le niega el matrimonio a un homosexual, y no a un ladrón, o a los que declaran las guerras, que decía San Vicente de Paúl que la guerra es una máquina de hacer pobres? ¿Por qué se bendicen las armas que son para matar y no se pueden bendecir las uniones homosexuales? Odiamos sin saberlo, amparados en nuestros propios preceptos, muchos de ellos salidos y fraguados dentro de grandes prejuicios, no pocos del odio a sí mismo. Ignorando nosotros con cuánto rechazo miramos la vida de los otros, en el nombre de Dios.

Si, tiene sentido hoy la pregunta ¿Valen lo mismo todas las personas? Lo digo porque no valen lo mismo en la práctica. Se rechaza a diversos colectivos de personas por su orientación sexual, señalándola como no natural, como enfermedad, como pecado, con lo que se las estigmatiza y se les pone en la diana de la violencias (lo estamos viendo cada día). Se nos olvida lo que dice el libro de la Sabiduría, de Dios: “Amas a todos los seres humanos……Todos llevan tu soplo incorruptible” ¿Quiénes somos nosotros para decretarles el desamor de Dios? A otros, se les rechaza por su pobreza, porque dar limosna no significa que los aceptemos, que queramos sentarnos a comer en sus mesas. Jesús rechazó todo ello. ¿Nos damos cuenta del impacto cultural y religioso que las prácticas de Jesús y sus enseñanzas  tuvieron que tener en la élite del pueblo judío? ¿Nos damos cuenta del impacto que tendría hoy, si leyéramos de verdad el evangelio y siguiéramos de verdad el Camino de Jesús? Bueno, nos podemos  imaginar el impacto, viendo cómo jerarcas católicos y católicos de alta alcurnia se revuelven, insultan, desautorizan y denigran al Papa Francisco. ¿Por qué tanto miedo a cambiar en la iglesia? Es muy difícil bajarse del poder. Donde hay mucho miedo y prejuicio, no queda espacio para el amor. Tal vez en esta pandemia y sus consecuencias sociales discursivas nos estén invitando a retirarnos a hacer silencio para revertir los discursos inhumanos, los que pretenden revertir nuestra humanidad, con los que colaboramos nosotros demasiadas veces.

¿Qué imaginario saldrá que nos sirva de alimento y concordia de la experiencia del Cóvid? ¿Seremos capaces de formular y vivir que todos los seres humanos sean reconocidos como sujetos merecedores de protección y de derechos?  Cuando habla la iglesia de los ricos y poderosos, todos son matices para exculpar sus tropelías; cuando se habla de la sexualidad todo son condenas. ¡De la sexualidad de los laicos! Todo ello contribuye al estigma de los diferentes, y ello conduce al odio y, el odio no se queda en casa solo, trasmite maldad al mundo; Jesús ante los problemas plantea una perspectiva humanitaria única, singular, y excepcional. Si no somos capaces de comprenderlo y comer y beber la esencia de esta vida, difícilmente seremos discípulos y seguidores de Él, y menos, testigos fiables del evangelio. Jesús habló de otra manera a sus seguidores, y estableció un orden nuevo en la experiencia del hambre y de la alimentación y de las identidades.  El pan ya no es para unos pocos, es para todos. El pan, que pueden ser hoy nuestros privilegios, toda una inspiración para lo que estamos viviendo. En este evangelio sentados todos juntos  se nos dice que con el mismo amor que amamos a los hombres, amamos a Dios. La iglesia tiene un pan en sus manos, un pan que repartir pero con frecuencia es atravesado por la violencia. El apóstol de la caridad Vicente de Paúl envió a sus hombres y mujeres a “despertar en los hombres un cauce de esperanza” La iglesia debe de ser un fermento, sí, pero sólo es activo con el Espíritu de Jesús; un grano de mostaza insignificante para lo que el poder humano se refiere, pero poderosa, muy poderosa en la búsqueda de sentido, en abrir horizontes a los que buscan caminos de bondad, en acompañar las búsquedas humanas en la lucha contra las estructuras que oprimen y limitan la vida de las personas, celebrando la generosidad de Dios y la generosidad y el compromiso de tantos, porque ella tiene un tesoro que es Cristo y que es el Evangelio, y también en la vida sufrida . Decía el santo de la Caridad a las Hijas de la Caridad en contexto de liturgia y oración: “Si es menester hay que dejar a Dios por Dios” Cuanto clero, religiosos y laicos han sido en esta pandemia un anti testimonio reivindicando derechos religiosos, y litúrgicos !Cuántos han puesto en peligro la vida de los demás “por sus derechos” utilizando a Dios como privilegio!

La iglesia tenía que estar haciendo silencio y escuchando el Espíritu que dice “Consolad, consolad a mi pueblo” Isa.40.1-2. Los cristianos vivimos una experiencia que tiene sentido para todos los seres humanos, pero no se puede imponer, y si lo hacemos, desaparece su don poderoso y fecundo, porque el don de Dios sólo se transmite sin poder, como evidencia este pasaje con el pan y los peces del niño. La iglesia tendría que estar diciendo: corred amigos, corred a este tesoro, embriagaros de Él. ”Comed de sus frutos sabrosos” que dice el cantar del amor de Dios. Corred amigos, que Dios convida a todos.

Si, no podemos volver a ninguna nueva normalidad porque no la ha habido nunca

Como bien simboliza este evangelio la alimentación tiene un carácter político, económico, social, cultural, religioso, simbólico. Jesús cuando decidió darles de comer desde el acto íntimo de la compasión humanitaria, recrea la transformación de los valores en un entorno (el judío) donde la convivencia inclusiva era prácticamente imposible, con la fiesta de Dios, los hombres y la naturaleza, a través de la comensalidad fraterna. Hoy tenemos el mismo desafío, también el ecológico, si no lo abordamos viviremos en un mundo sin vida, profundamente deshumanizado  y nada cristiano. No hay otra, porque el amor sólo puede recorrer caminos de justicia y libertad. Dice el evangelio “que se retiró al monte pues le buscaban para hacerle Rey”. Un poder que no quiso. Entre el pan y el poder, prefirió la generosidad del niño que se impone entregando su merienda, dio a todos un bocado de sí mismo, su desprendimiento se convirtió en amor de  ágape y comunión.

.Son muy pertinentes las palabras de San Vicente de Paúl: “Dios nos enseña lo esencial del evangelio en la vida sufrida”.

Nota: La ilustración que precede al texto se llama “Anciano cansado” (2005) –  Óleo sobre lienzo- Artista iraní  Profesor Morteza Katuzian |

[i] Juan 6,1-15

Da de comer a cinco mil

                                                                                                              

Después de esto pasó Jesús a la otra orilla del lago de Galilea –el Tiberiades-. Le seguía un gran gentío, pues veían las señales  que hacía con los enfermos. Jesús se retiró a un monte y allí se sentó con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Alzando la vista  y viendo el gentío que acudía a él, Jesús dice a Felipe: -¿Dónde compraremos pan parta que coman éstos? –lo decía para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer-,

Felipe le contestó:

-Doscientos denarios de pan  no bastarían para que a cada uno le tocase un pedazo.

-Uno de los discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, le dice:

– Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes y dos pescados; pero ¿qué es esto para tantos?

-Jesús le dijo:

-Haced que la gente se siente.

Había hierba abundante en el lugar. Se sentaron. Los varones eran cinco mil. Entonces Jesús tomó  los panes, dio gracias a Dios y los repartió a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados: dándoles todo lo que quisieron. Cuando quedaron satisfechos, dice Jesús a los discípulos:

– Recoged las sobras para que no se desaproveche nada.

Las recogieron y, con  los trozos de los cinco panes de cebada que habían sobrado a los comensales, llenaron doce cestas. Cuando  la gente vio la señal que había hecho, dijeron:

-Éste es el profeta que había de venir al mundo.

Jesús, conociendo que pensaban venir para llevárselo y proclamarlo rey, se retiró de nuevo al monte, él solo.

 

 

 

2 comentarios
  1. Martín Valmaseda
    Martín Valmaseda Dice:

    Y ni siquiera los cristianos somos capaces de partir el pan. Cuando en la misa (ya no se llama partir el pan)…el sacerdoteno parte el pan ni lo comparte… al decir las palabras de la consagración no «parte»… y cuando lo parte selo come todo él y a los demás la pastillita que dicen que es pan… no lo parece siquiera
    y no comento todos en la mesa como enla llamada última cena» sino en un «altar alto, con escalinatas, los «fieles » oyen misa… todo está montado para que no se parezca a las primeras fraccionesdel pan, ni parezca compartir, ni comun – unión cuando volveremos a partir el pan en la mesa y en la vida…

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