LA POBREZA INFANTIL EN ESPAÑA:

POR DETRÁS DE NOSOTROS, SÓLO RUMANÍA Y BULGARIA

Editorial Nº 78 / A tu salud Junio 2012

María Isabel Serrano González.  Directora de A Tu Salud.

Los niños son nuestras premisas: Nosotros: qué somos, sino su  consecuencias” PÉREZ GALDÓS

¿Qué dice de uno mismo, la enfermedad de otro? Es una buena pregunta cuando te enfrentas a la persona enferma y a su sufrimiento porque su enfermedad te habla de ti misma. Si sacamos la pregunta del ámbito de la relación médico – paciente, podemos hacer otra en términos parecidos que nos importa mucho: ¿Qué dice de nosotros como sociedad y como personas la pobreza y la exclusión de los niños y niñas?

La pobreza infantil actúa en estos momentos más álgidos de nuestra turbulenta sociedad, como reveladora de las fallas morales de la misma. “2.200.000 niños y niñas viven en España por debajo del umbral de la pobreza”. Así de contundente lo ha dicho. UNICEF en su informe: “La Pobreza infantil en España 2012 – 2013” Dicho informe coloca a España en tasas de pobreza en el tercer lugar por la cola de la Europa de los 27: sólo por delante de Rumanía y Bulgaria. Descarnado informe donde se nos recuerda que niños y niñas de nuestro país se están formando y viviendo en un entorno hostil. Recibiendo enseñanza con una pedagogía miserable: Menos escuelas, menos trabajo de sus padres, menos alimentos, menos oportunidades, menos afecto, menos respeto y más dinero para el poder financiero. Niños y niñas sometidos a fuerzas inexorables que escapan de su volición. Nos descubre una sociedad con referentes morales erráticos, y corrompidos. La pobreza es la enfermedad más mortal, dice la OMS. Cuando escuchamos esto, creemos que se refiere a África, y cerramos los ojos a la realidad que nos circunda. No se nos ocurre pensar que está nuestro país, y nuestra responsabilidad, incluidos en estos datos. ¿Tal vez no nos preocupa la pobreza porque no se contagia?

¿Cómo prevenir la enfermedad? ¿Cómo educar para la salud en esta nueva infancia de nuevos pobres y de nuevos ricos, de grandes contrastes sociales en una sociedad enajenada? ¿Cómo hablar del viejo dolor de la indigencia? ¿Cómo hablar hoy, cómo alzar la voz educativa, comprometida en nuestra sociedad donde la pobreza es el testimonio de la desesperanza?

Los esfuerzos educativos, y comunicativos, se estrellan contra la imperante dinámica social: factores como la experiencia de inseguridad, desesperanza, de falta de trabajo, de cambios sociales rápidos, de impunidad, de irresponsabilidad, riesgos de mayor violencia hacen más vulnerables a los pobres hacia los trastornos mentales. A la problemática de salud mental de la infancia en la sociedad de consumo que es muy importante, hemos de añadir esta nueva situación de la infancia con su sufrimiento mental de los que tuvieron y ahora no tienen, y de los que nunca tuvieron. La pobreza tiene una patografía que se expresa también en desnutrición, mayor tasa de enfermedades infecciosas, menor acceso a la educación, menos acceso a las medicinas. La pobreza conduce a una caquexia1 nutritiva y educativa, y tiene una causa: La caquexia moral de toda la sociedad, que es brillantemente rentabilizada por los poderes públicos.

Galdós, nuestro novelista del realismo del siglo XIX, escribe mucho sobre las enfermedades de la infancia. Pensaba, que la enfermedad de los niños y niñas ponía de manifiesto la enfermedad moral de los padres y de la sociedad de entonces. ¿Tiene vigencia esta manera de entender la enfermedad de la infancia, en nuestros días? ¿Podemos sacar lecciones para hoy? ¿Podemos preguntarnos qué dice de nuestra sociedad la enfermedad de la pobreza y exclusión de estos 2.200.000 niños y niñas de nuestro país? Por un lado estos datos apuntan a una grave enfermedad social: manifestaciones como la codicia, la avaricia, el arribismo, la corrupción, la impunidad… son conductas miserables: patografía de la sociedad de la abundancia, y sin escrúpulos donde la enfermedad y la pobreza se vuelven un espacio vacío en el que el proyecto humano hace aguas. Hoy se habla tranquilamente de una generación de jóvenes perdida en aras del dinero. Sin preguntarnos por qué y quién lo decide, ni por qué hemos de sacrificarla, y qué derechos tenemos para ello. Caquexia se dice de la desnutrición más extrema ¿por qué no hemos de sacrificar otras cosas? ¿A nadie se le cuestiona este proceder?

Cuando se instaura la enfermedad en una familia y la visitamos en nuestro trabajo; vemos cada vez que volvemos, que la enfermedad va ocupando más espacio en la casa: las fotos de la boda, de los hijos, de los nietos se retiran en el aparador; y van dejando paso a los frascos de farmacia. La panera se llena de pastillas, el florero de recetas ilegibles, la mesita de noche de jeringuillas y algodón, el frasco de alcohol junto al frutero, el camisón sin estrenar sobre la cama y la toquilla cubre el pañito primoroso sobre la silla; huele a desaliento la casa entera. El tiempo allí se mide en pastillas, y la comida sólo se hace presente para recordar el ritmo de las píldoras: desayuno, comida y cena.

Cuando se instala la pobreza en la infancia con la rapidez del rayo, en una sociedad que tuvo mucho, está perdiendo y arrinconando lo más importante que tiene; así como la enfermedad gana la casa, la pobreza de la infancia gana otro espacio y ocupa toda la vida. Con la pobreza en la infancia se instaura la desnutrición, el maltrato, la ignorancia. Se sustituyen los sueños y la imaginación por amargura; la violencia sustituye a la creatividad y la palabra. Se desmorona su riqueza interna, y abunda el desarraigo afectivo y la marginalidad. La inocencia se rompe y los niños y las niñas pasan a ser hombres y mujeres sin presente. Y el tiempo se mide en desesperanza. La magia e ingenuidad de la primera infancia y el alma del niño y la niña, cuelga sobre un gancho frío: la prima de riesgo. Ahí están los 2.200.000 niños y niñas de España bajo el umbral de la pobreza frente a la frialdad imperturbable de la economía y el lenguaje marmóreo y abrupto de los mercados. Ahí está la infancia en el silencio de las cifras gritando y denunciando la corrupción de “valores”, sustituidos por otros “valores”, los del mercado.

A quien ha tenido algo y lo pierde, se le condena a vivir en un estado de alerta permanente que configura una identidad personal poco compatible con el espíritu comunitario, que es el único capaz de dinamizar el germen de una sociedad nueva. Esta nueva situación social actúa contra si misma en una doble esfera: biológica y moral. El tratamiento que se aplica a nuestra situación actual no es de carácter médico, sino oneroso: aunque hable de “sanar la economía, sanar nuestra instituciones, sanar nuestro mercados, taponar la sangría,”… no es el valor de la vida el que ponen en juego, es el del dinero. Se han arrojado por la borda decenas de años y siglos de tarea formativa, en la que los médicos han desempeñado una función primordial, consistente en difundir en la población la idea de que “toda la vida humana merece la pena ser vivida y hay que hacer lo imposible para ello”. Se ha impuesto la biopolítica creando un lenguaje equívoco para anestesiarnos, y para facilitar que las consideraciones monetarias ocupen el primer lugar, arrinconando la infancia a la marginalidad, en el “aparador de la vida”, como los retratos y los recuerdos en las casas de los enfermos cuando están vencidos.

La pobreza y exclusión de los niños españoles son testimonio de una época y de los males que aquejan a la sociedad, que se ahoga en el laberinto de sus propias contradicciones.

El santo y seña de nuestra moral de compromiso social, ha sido el grito de “Primero los niños…” Ahora, según el Informe de UNICEF los niños y niñas son los “Primeros olvidados”…. Estas cifras dejan al descubierto y hacen más sangrante la indiferencia de los “poderes morales” y la corrupción de sus valores. Me estremece oír al jefe de los obispos, Rouco Varela, diciendo: “Nosotros pagaremos también nuestros impuestos, si nos obligan, pero tendremos que recortar de otros sitios, tal  vez  de Caritas” Estas palabras de este dignatario de la Iglesia Católica, profanan de nuevo la infancia a quien dice que protegen, porque utiliza su miseria como arma arrojadiza, lejos muy lejos de la vida y consejos de aquel que es su razón de ser, Jesucristo. Estas palabras hacen más grave su silencio sobre las víctimas de la economía, y el sufrimiento de tantos hombres y mujeres, y hace más profunda y miserable esa callada sobre la injusticia actual, borrando toda la sacralidad humana.

A veces se piensa que la enfermedad deforma la visión de las cosas. Pero la enfermedad más que deformar, da forma a la visión de la realidad y de la experiencia humana. Le da perspectiva. Y es que la visión de las cosas, es un ejercicio de vida, no de muerte. En este sentido, esta pobreza, sí nos devuelve una visión sobre nosotros mismos, que nos espolea y responde a la pregunta que hacía al comienzo: ¿Qué dice de nosotros la pobreza y la exclusión de los niños y niñas?

La pobreza en la infancia no es sólo una forma de no ser en la vida, también es testigo infeliz de la vida de los otros. Y es un espejo que nos devuelve una mirada interpelante sobre la sociedad que hemos construido, y nos cuestiona desde su situación. ¿Quiénes somos, qué somos que hemos sido capaces de dilapidar lo que el trabajo, el estudio, el arte, la fe, y dedicación que otros nos dieron? El dolor es el más terrible lenguaje del cuerpo. “La pobreza de la infancia es el más terrible lenguaje de lo que está pasando en nuestra sociedad”. Galdós, que en su obra cree “descubrir el secreto de la vida en la infancia”, nos dejó un testimonio del siglo XIX, vigente en el XXI. “Los niños son nuestra premisa” dice. “A ellos, tenemos que mirar, a los que están en estos terribles datos, porque están señalando la enfermedad de los sanos”. Otro autor, del siglo XX, Umbral, apuntaba certeramente a la infancia y su significado; decía que: “cuando la vida se encarniza contra la infancia, se niega a sí misma”, Y seguía: “el mal de los niños tiene todo el horror de una profanación” “queda abolida toda la posibilidad de ascensión del hombre a si mismo” Severas palabras escrita en “Mortal y Rosa”, evocando la infancia sufriente en su hijo que hoy podemos hacer nuestra, al referirnos en ella a toda la infancia pobre de España y del Mundo.

Retomando la esperanza y la fe de Galdós en la infancia, como santo y seña de la potencialidad de la misma: “el secreto de la vida está en la infancia” decía; nos lleva, no sólo a profundizar en el diagnostico de la situación, sino que se nos exige un compromiso en su tratamiento.  Los que nos dedicamos a la medicina y la educación para la salud, debemos ser un vademecum para la sociedad civil a través de la potencialidad y el mensaje mismo de los niños y niñas.

1º. En el aparador de la vida debemos poner delante, las necesidades de los niños y niñas en estos momentos de crisis, y arrinconar de nuestra sociedad los signos de la abundancia que excluyen a la infancia mundial y ocultan su realidad doliente. Recuperar las fotos del álbum familiar que es la humanización de la vida,  el respeto a la vida como nuestro mejor patrimonio. 2º Si hay recortes, que sean de aquellos que generan la pobreza de la infancia. 3º. Debemos preservar y no perder los recursos sanadores de la infancia. (Pediatría, educación y protección de la infancia, y de la familia con trabajo para el padre y la madre, y la educación sanitaria) 4º Se hace necesario un reencuentro con nosotros mismos desde las víctimas; quiénes somos y cómo hemos transitado en esta abundancia, que ha arrojado en un momento a la infancia de su mesa, en el más absoluto silencio. Nosotros no podemos enfermar de indiferencia. Hay que socorrer la frágil economía de la existencia de esta nueva infancia pobre de nuestro país, que se añade a la pobreza del tercer mundo. Hemos de suscitar un flujo de conciencia, testimoniando ese dolor corrosivo que recorre el planeta para millones de niños y niñas: la gran sonata de su vida, que es la pobreza.

Nota: suscribo hoy palabra por palabra lo que dice Galdós y lo que dije en 2012 con los grandes recortes en nuestro país que hoy en la crisis del Coronavirus hemos podido comprobar sus daños, y que sólo sirvieron para aumentar el dinero de unos pocos y para hundirnos más a la mayoría en esta crisis por la pandemia. Los datos de hoy son  que   el 26,1 %  de los niños menores de 16 años está en riesgo de pobreza severa y exclusión en España. Realmente asusta, pueden ser nuestros hijos e hijas nuestros nietos y nietas en esas  frías cifras. Contemplémoslo así porque puede ser cierto. Nuestro país está entre  los países con menos sensibilidad social ante este problema. Una buena fotografía de lo que somos la podemos ver en el pacto de reconstrucción para “la nueva normalidad”, donde no hay acuerdos para afrontar la situación social. Se hacen esfuerzos y hay una Ley de protección de la infancia y eso es un gran paso. Pero cuando aparece el dinero, se suman pocos, por el pacto social. Algunos hablan de forma grandilocuente de una sociedad de valores, de nuestros valores que vamos a perder, pero ya vemos qué valores temen perder: los de la bolsa

Enlace del original de la editorial de la pagina Web de Alezeia, asociación de educación para la Salud

http://www.alezeia.org/images/alezeia/pdf/editoriales/Editorial%20N78%20Por%20detras%20de%20nosotros…%20La%20pobreza%20infantil%20en%20Espana.pdf

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